¿Epidemia de patologías mentales?
El mal mayor y la peor crisis del siglo XXI es la ansiedad, la incertidumbre y la angustia por el presente. El futuro casi que ya no cuenta. A estas alturas, cuando el hombre posee más medios para conocerse, más se parece desconocer. La información es instantánea y global, los descubrimientos de toda índole, avanzan, y se superponen a una gran velocidad… ¿Y?
El mundo vive lastrado por un capitalismo y un mercado agresivos, por las catástrofes naturales y humanitarias, por las guerras que nos cercan y la desigualdad entre humanos. Entre orígenes y geografías. Y por la arbitrariedad de crueldades que se multiplican. Entre la amenaza real y la percibida, al ciudadano occidental no le queda otro reme- dio que el autismo defensivo o el sufrimiento individual de la impotencia. Habitamos en un ecosistema tóxico y lleno de inseguridades. Un tiempo demente. Por un lado la precariedad, y por el otro, un exceso de tiempo para el ocio. Para unos, los menos, superabundancia de expectativas; para los demás, una inmensa mayoría, la gran falta de ellas. Aquí, sin ir más lejos, nuestros mayores vivieron épocas muy duras, pero esperanzados. Hoy ya no hay margen para la esperanza. O eso parece.
Al grano: a intermitencias, los expertos alertan de futuras epidemias de enfermedades mentales. Sin vacuna ni prevención. Los trastornos psicológicos, la angustia y la depresión no son nada nuevo, pero sí su amenazante proliferación. Y que son consecuencia directa de la realidad del mundo. Como en un cuadro donde la figura nunca encajara con el paisaje, el hombre está abocado al desequilibrio, a los desequilibrios. Los mentales y los de conciencia. Algo parecido a no saber vivir dentro de uno mismo. Cuando se sabía menos decían: “está de los nervios”, “sufre tristezas”, “tiene el alma enferma”… Demófilo, folklorista, padre de los Machado y que inventarió los cantes flamencos, reseña: “Cuando me pongo a pensar, que me tengo que morir, tiro una manta al suelo y me ‘jarto’ de dormir”. O sea, pura depresión. Desconsuelo antiguo. Popular y sabio. Pero, a la gente, hoy, más que la muerte, le angustia el sobrevivir y ver el horizonte como una ralla trazada a lápiz, así: sin más. Sin futuro. Quizá, lo que más nos cueste es volver a creer en el mundo y en el hombre ¿Sería esta la mejor vacuna para las epidemias mentales que nos auguran? Probablemente. ¡Ah!, y salir del territorio de la desesperanza.