El punto de vista de la orca
Es perfectamente coherente que el lugar donde se hubiera presentado por primera vez en España el filme Blackfish (emitido este martes pasado en Sense ficció de TV3) fuera en el Festival de Sitges. Se trata, efectivamente, de una película de terror que narra los avatares de Tilikum, una orca macho, responsable de la muerte de algunos de sus cuidadores en diferentes parques acuáticos. Como la mayoría de estas agresiones están filmadas por las cámaras de los propios parques, o de algunos de sus espectadores, el filme documental dirigido por Gabriela Cowpertwaite está obligado a administrar muy bien este caudal de posibilidades respecto a las expectativas del público. ¿Qué veremos? ¿Una sucesión de imágenes terribles e insoportables que documentan estas agresiones? ¿Una acción monstruosa de la orca asesina? ¿Un filme sociológico basado en testigos presenciales? Lo que vemos, siguiendo la lección de los primero minutos de Tiburón de Spielberg, es la crónica de los hechos desde el punto de vista de la propia orca. Con la diferencia respecto al memorable filme de ficción, que aquí el animal enrejado, reducido y aparentemente domesticado aparece nítidamente como una víctima de un engranaje de sufrimiento, cuya violencia agresiva es simplemente una respuesta ocasional. Lo que hace Blackfish es indagar en el misterio del comportamiento de un animal salvaje que las leyes del espectáculo quieren presentarlo como un ser dócil y doméstico. Y la aparición azarosa de las agresiones mortales es la constatación de que se ha roto un orden natural que tiene consecuencias trágicas.
Los que dan testimonio de este modo de sentir del animal son, en gran parte, los cuidadores que tuvieron Tilikum y otras orcas, que se dedicaban a adiestrarlas y hacerlas actuar ante el público. Son por tanto unos testigos que tienen un papel protagonista en la propia articulación del sistema. La gran habilidad de Cowpertwaite es acompañarlos en sus propias contradicciones, sin buscar la ratificación de una posición previa. Son personas que por lo general se muestran sensibles a las condiciones de vida de los animales, que piensan que ellos no les hacían ningún daño, pero que ante la evidencia de los hechos pasados, han ido perfilando una posición más reflexiva, sin en ningún caso culpabilizar a estos grandes cetáceos. Esta expresión autocrítica sobre la propia obra se hace particularmente visible en el momento que hablan algunos de los cazadores que capturaron a Tilikum y otras orcas, separándolas de su comunidad, en unas imágenes donde se hace sentir el dolor de estos cetáceos, que recuerdan aquel terrible momento de
Tiburón en que el viejo marinero recuerda sus experiencias en alta mar frente a otros tiburones. Pero como hemos dicho, la aportación de
Blackfish es precisamente invertir este imaginario, y hacer sentir que la que sufría era la orca y no sus cazadores, y que esta herida inicial ha quedado inscrita en su cerebro. Cuando el filme presenta uno de estos cerebros ante la cámara, tan similar aparentemente al de los humanos, te preguntas cómo funciona dramáticamente la emergencia de los sentimientos atávicos.
‘Blackfish’ indaga en el misterio de un animal salvaje que las leyes del espectáculo quieren presentar como un ser dócil y doméstico