Apuntes berlineses
Berlín ha soportado este fin de semana temperaturas superiores a los treinta grados, así que la meteorología ha contribuido a caldear el ambiente futbolístico ante la final de Champions. La capital alemana no tiene un equipo puntero a pesar de ser la ciudad más poblada del país, por lo que la invasión futbolera los ha cogido un tanto desprevenidos, como lo corrobora que las esperas en las terrazas berlinesas y la mala organización de los vuelos de retorno consiguieran poner a más de uno de mal humor, más allá del resultado. En cualquier caso, turineses y barcelonistas son aficiones poco dadas a la bronca, de tal modo que apenas se han registrado incidentes.
En el Estadio Olímpico de Berlín no hubo problemas con los himnos –sólo sonó al final el del Barça– y, como detalle protocolario, el único primer ministro europeo presente fue el de Francia, el barcelonés Manuel Valls. Otra curiosidad es que en las gradas –como también ocurrió en el Camp Nou en la final de Copa– por cada barcelonista había dos aficionados de la Juve. Ignoro si tuvo algo que ver el reparto de entradas –en principio igualitario– con que el presidente de la UEFA hubiera sido la estrella del gran equipo de Turín y con que la FEF tenga al frente un exjugador del Athletic de Bilbao. Pero lo más sorprendente del estadio estaba en los receptáculos de los urinarios, donde la organización se había entretenido en colocar unas alfombrillas verdes, a modo de césped, sobre las cuales había colocada una portería de plástico con un balón que se movía caprichosamente con la micción del usuario. Sobre el terreno de juego, poco hay que añadir a la épica de las crónicas, pero lo más bello al margen del partido fue el abrazo entre Xavi, que se despedía, y Pirlo, que lloró tras perder la que seguramente será su última final de Champions.