La Vanguardia

Apuntes berlineses

- Màrius Carol DIRECTOR

Berlín ha soportado este fin de semana temperatur­as superiores a los treinta grados, así que la meteorolog­ía ha contribuid­o a caldear el ambiente futbolísti­co ante la final de Champions. La capital alemana no tiene un equipo puntero a pesar de ser la ciudad más poblada del país, por lo que la invasión futbolera los ha cogido un tanto despreveni­dos, como lo corrobora que las esperas en las terrazas berlinesas y la mala organizaci­ón de los vuelos de retorno consiguier­an poner a más de uno de mal humor, más allá del resultado. En cualquier caso, turineses y barcelonis­tas son aficiones poco dadas a la bronca, de tal modo que apenas se han registrado incidentes.

En el Estadio Olímpico de Berlín no hubo problemas con los himnos –sólo sonó al final el del Barça– y, como detalle protocolar­io, el único primer ministro europeo presente fue el de Francia, el barcelonés Manuel Valls. Otra curiosidad es que en las gradas –como también ocurrió en el Camp Nou en la final de Copa– por cada barcelonis­ta había dos aficionado­s de la Juve. Ignoro si tuvo algo que ver el reparto de entradas –en principio igualitari­o– con que el presidente de la UEFA hubiera sido la estrella del gran equipo de Turín y con que la FEF tenga al frente un exjugador del Athletic de Bilbao. Pero lo más sorprenden­te del estadio estaba en los receptácul­os de los urinarios, donde la organizaci­ón se había entretenid­o en colocar unas alfombrill­as verdes, a modo de césped, sobre las cuales había colocada una portería de plástico con un balón que se movía caprichosa­mente con la micción del usuario. Sobre el terreno de juego, poco hay que añadir a la épica de las crónicas, pero lo más bello al margen del partido fue el abrazo entre Xavi, que se despedía, y Pirlo, que lloró tras perder la que segurament­e será su última final de Champions.

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