La Vanguardia

No repitamos errores

- Tahar Ben Jelloun T.B. JELLOUN, escritor. Miembro de la Academia Goncourt

Tahar Ben Jelloun hace un llamamient­o al mundo occidental para que combata al Estado Islámico: “El destino del mundo árabe parece depender de su crueldad. ¿Dónde se detendrán si su objetivo declarado es establecer un Estado islámico en todo el mundo árabe? La coartada es el islam. La tragedia es su interpreta­ción. Hay gentes que les ayudan con armas y dinero, personas anónimas que se ocultan detrás de los estados que tienen interés en que el mundo árabe se desintegre y caiga en el caos”.

La consternac­ión es universal. Pero es inútil. Indignarse, denunciar, hacer llamamient­os… Todo esto no cambia la situación sobre el terreno. Somos millones, musulmanes o no musulmanes, laicos, humanistas, gente sencilla o cultivada los que no entendemos cómo el Estado Islámico (EI) –este monstruo salido un túnel subterráne­o o del vientre de una maquinació­n diabólica– progresa, avanza, ocupa ciudades, controla fronteras, saquea bancos, vende en el mercado negro el petróleo iraquí y destruye museos, mata a mujeres y niños y apenas encuentra resistenci­a efectiva ante sus ambiciones. Ramadi, en Iraq, está ocupado; Palmira, en Siria, acaba de caer, una ciudad tan bella, patrimonio de la humanidad, una humanidad asesinada y ausente.

La belleza y la gracia, la inteligenc­ia y la civilizaci­ón son hoy pisoteadas por los pies de los gigantes que lo aplastan todo a su paso. Bajo esos pies ninguna hierba vuelve a crecer. Campos de petróleo y gas se encuentran ahora en las manos de estas hordas. El destino del mundo árabe parece depender de su crueldad. ¿Dónde se detendrán si su objetivo declarado es establecer un Estado islámico en todo el mundo árabe? La coartada es el islam. La tragedia es su interpreta­ción. Hay gentes que les ayudan con armas y dinero, personas anónimas que se ocultan detrás de los estados que tienen interés en que el mundo árabe se desintegre y caiga en el caos.

Ya sea en África o en Europa, los jóvenes abandonan la escuela, sus familias se compromete­n a intercambi­ar el estilo de vida con el de la muerte fácilmente aceptada, incluso deseada, una muerte a la que se entregan y que no temen. A menudo se trata de jóvenes convertido­s, musulmanes embrujados, niños bien educados, preparados, que tienen un trabajo del que vivir bien, quienes se compromete­n –los ojos cerrados, la mente cambiada, lavada, escurrida y llena de fórmulas hechas, clichés que operan como las llamadas desde el cielo, imágenes que pasan a toda velocidad evitando la reflexión, las ideas de higiene cultural, mental y corporal–. Una puesta en escena satánica que ha superado todo lo que las sectas han hecho en el mundo, todo lo que los realizador­es de videos con efectos especiales podrían imaginar. Esto ya no es espectácul­o, es el horror en tiempo real.

Nos gustaría que las Naciones Unidas hicieran un trabajo de investigac­ión para encontrar a los que han financiado o siguen financiand­o al Estado Islámico y sus hordas bárbaras, a quien les arma, a quien favorece su avance en Siria, Iraq o Libia. Investigar, acusar y juzgar a los que están detrás del Estado Islámico porque visto su arsenal armado y sus medios financiero­s, este movimiento no nació de la nada. Investigar y juzgar no está en los genes de esta sociedad de naciones que no debe ofender a nadie. A fuerza de hacer cálculos, a fuerza de usar la diplomacia en lugar de actuar, a fuerza de tener en la cabeza y en el corazón una balanza ultrapreci­sa, la ONU resulta ineficaz. De todos modos los niños que mueren bajo las bombas sirias provenient­es de las tropas sirias de Bashar el Asad o de las bandas de Al Nusra o Estado Islámico ya no esperan nada de esta organizaci­ón, de esta “cosa”, como la llamó el general De Gaulle, que pesa toneladas y cuesta miles de millones.

Los bombardeos de los aliados no tienen efecto disuasorio aunque el Pentágono dice lo contrario. Son inútiles. Los combatient­es de este movimiento anárquico son despiadado­s porque están motivados por un objetivo para el que la religión sirve como un trampolín para alcanzar el poder.

El mundo ahora está pagando la política demasiado prudente de Obama y de los europeos. Una política sin envergadur­a, sin noble ambición, una política que ha favorecido la venta de armas y algunos otros intereses. Tuvimos que intervenir en Siria desde el primer día que el ejército de Bashar disparó contra manifestan­tes pacíficos y desarmados. Había que haber dado un buen puñetazo en agosto del 2013, cuando Bashar utilizó armas químicas. No se hizo y todo el mundo dijo: es mejor un dictador como El Asad que un régimen islamista que masacraría a los cristianos. Bashar sigue ahí y los cristianos no están seguros y son cada vez más los que huyen de su país.

El caos está ahí, con o sin Bashar, al igual que en Libia, con o sin Gadafi. No olvidemos que son Bashar y su oculto consejero y amigo, el presidente Putin, quienes han favorecido la aparición de los extremista­s del Estado Islámico. Hoy en día, estos yihadistas criminales avanzan y se burlan del mundo civilizado, musulmán o no.

A menos que proclamemo­s oficialmen­te que ya no existe una gran potencia, que no existe el derecho ni la justicia, que la barbarie ha ganado y que debemos someternos a sus horrores. Así fue como el fascismo y el nazismo comenzaron a planear sus crímenes y en su momento nadie se atrevió a creer que estos sistemas iban a gasear a millones de seres humanos.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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