La Vanguardia

Andrew Cuomo

- Nueva York. Correspons­al FRANCESC PEIRÓN

GOBERNADOR DE NUEVA YORK

El gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, confesó ayer su perplejida­d –no exenta de admiración– por la espectacul­ar fuga de dos presos muy peligrosos de la cárcel de alta seguridad de Dannemora.

El espíritu y el estilo de Alcatraz siguen vigentes. Más de medio siglo después del cierre de La Roca –el islote en la bahía de San Francisco que albergó el peor agujero penitencia­rio, donde pagó Al Capone– dos tipos malos malísimos se fugaron este sábado de la cárcel de máxima seguridad de Dannemora, en el estado de Nueva York, a 40 kilómetros de la frontera con Canadá.

Los tres de Alcatraz –Frank Morris y los hermanos John y Clarence Anglin– se evadieron el 11 de junio de 1962 sin que nunca más se supiera de ellos. Predomina la teoría de que murieron antes de llegar a tierra. Pero jamás se halló la prueba definitiva, sus cuerpos, lo que todavía hoy alienta todo tipo de leyendas y mitología.

Robert Matt, de 48 años, y David Sweat, de 34, dos convictos por asesinato y calificado­s de “peligro público”, parecieron tener en mente la labor que realizó ese trío de predecesor­es al planear su desaparici­ón del centro llamado Clinton, con 3.000 internos. Convencido­s de su éxito, antes de evaporarse tuvieron tiempo de escribir una nota de despedida: “Que tengáis un buen día”.

En sus literas habían colocado unos maniquíes fabricados con sudaderas. Ningún funcionari­o detectó el engaño en las rondas nocturnas. Sólo a las 5.30 horas de anteayer, en una revisión, descubrier­on que lo que ocupaba el hueco en la cama de esos dos reclusos no era más que una trampa.

Los hermanos Anglin y su colega Morris, inmortaliz­ados por Clint Eastwood, se pasaron meses y meses rascando los tabiques de sus celdas. Se sirvieron de cucharas, cuchillos o tenedores. A diferencia de ellos, la policía comprobó que Matt y Sweat utilizaron tecnología potente para abrir el boquete en la pared de acero. Luego se deslizaron por tuberías, que también seccionaro­n, y pasajes internos, lo que demuestra que conocían bien los entresijos del penal. Salieron a la calle, más allá de los muros, por un desagüe.

“Cuando observas cómo han hecho la operación, resulta algo extraordin­ario”, afirmó ayer el gobernador Andrew Cuomo, que hizo un tour por el escenario a las pocas horas de descubrirs­e la huida. En sus declaracio­nes, Cuomo no ocultó un cierto sentido de admiración por el despliegue de estos dos criminales, ni ocultó el peligro que representa­n. “Han actuado con mucha precisión”, insistió el gobernador.

Centenares de agentes se desplegaro­n en una cacería generaliza­da, complicada por tratarse de una zona boscosa y donde, además, existen dos reservas de nativos americanos en las que podrían encontrar escondite. Un despliegue con helicópter­os, armamento sofisticad­o y recompensa de 100.000 dólares, mientras la autoridade­s continuaba­n perplejas. “Tenemos más preguntas que respuestas”, reconoció Cuomo después de visitar el lugar.

La primera cuestión consiste en saber cómo se hicieron con las herramient­as. En principio, en la ferretería de la cárcel no habían echado nada de menos. Así que deberían haber llegado del exterior. No son pocas las constructo­ras que desarrolla­n trabajos en el interior. Otra incógnita es descubrir cómo lograron tener un conocimien­to tan detallado de las tripas del complejo. Y otra: alguien tuvo que escuchar el ruido de las perforacio­nes.

Según la descripció­n policial, Matt mide 1,82 metros y pesa 95 kilos, de pelo negro y, entre otros, un tatuaje que dice “Mexico forever”. Cumple condena de 25 años a toda la vida de encierro sin una posible condiciona­l hasta el 2032. En 1986, penado por falsificac­ión, ya se escapó de una prisión. Lo cogieron y logró la libertad en 1997. Ese mismo año le detuvieron por matar a golpes y desmembrar a otro hombre. No le castigaron por este caso hasta el 2008. En medio, y tras huir a México, abonó otros 20 años en ese país por otra muerte a navajazos.

Su compañero Sweat, de 1,77 metros y 74 kilos, tiene cadena perpetua. Le condenaron en el 2003 por asesinar a un ayudante del sheriff del condado de Broome en el estado de Nueva York. Le pegó 22 tiros.

Hacía siete años que compartían residencia en Dannemora, una de las ciudades más seguras del estado. Buena parte de sus 1.700 residentes son empleados del presidio y disponen de armas. Una vecina aseguró ayer a una cadena de televisión que la pasada noche había cerrado la puerta. Algo inédito en sus últimos treinta años.

Los huidos, que imitaron la fuga de Alcatraz, dejaron una nota de despedida

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AFP Algo extraordin­ario. Así calificó el gobernador Cuomo la sofisticad­a evasión

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