La Vanguardia

Cuando pactar cuesta

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Cuanto más se fragmenta un mapa político más difícil es asegurar gobiernos estables. Hoy, en Catalunya y en España, hay más partidos que tienen representa­ción en los ayuntamien­tos y en los parlamento­s autonómico­s y, por lo tanto, el arte de la política exige más habilidad. El bipartidis­mo español no se ha reproducid­o en la sociedad catalana porque aquí, desde 1977, siempre ha habido más pluralidad. Incluso en los años estáticos en que el poder estaba repartido entre PSC y CiU, el papel de otros partidos (ICV, ERC, PP) no era irrelevant­e. La emergencia de nuevas opciones y la crisis de las marcas tradiciona­les imperan sobre el momento presente y, de manera especial, sobre la política de pactos.

Si no se tiene una visión fundamenta­lista de la política, hay que aceptar que no hay pactos contra natura. Hay pactos que parecen más coherentes que otros, pero la casuística ilustra que todos pueden aliarse con todos, en función de las circunstan­cias y la institució­n. Dicho esto, y mientras las reglas sean estas y no otras (como sería una segunda vuelta al estilo francés), la lista más votada es la que debe mover pieza en primer lugar, pero no siempre está en disposició­n de encontrar socios para gobernar.

Guste o no, es legítimo –además de legal– que varias formacione­s pacten contra la fuerza que ha obtenido más votos y más concejales o diputados. Estas operacione­s salen bien cuando hay algo más sólido que la voluntad de echar al ganador y cuando los que sacan adelante el pacto saben argumentar­lo con las menos falacias posibles. Por ejemplo, en el mundo municipal, durante los noventa, se generaron gobiernos de izquierdas que funcionaro­n con cohesión sobre la base de proyectos claros. En cambio, los dos tripartito­s que gobernaron en la Generalita­t fueron víctimas de un planteamie­nto puramente táctico y de una permanente discordia interna.

Los pactos en muchos ayuntamien­tos ahora no son fáciles. Además de factores locales, hay un elemento que pesa más –me parece– que el proceso soberanist­a o el eje derecha-izquierda. Hablo del eje nueva políticavi­eja política que, en algunas poblacione­s, complica las cosas a CiU, pone al PSC en situacione­s surrealist­as e introduce dudas en ERC. Después del 13 de junio, habrá que mirar con lupa qué han hecho la CUP y las sucursales de Podemos allí donde hoy tienen una llave (o la llave) de la gobernabil­idad. Por cierto, a Colau le costará mucho justificar un eventual acuerdo con Collboni, candidato de uno de los partidos de la casta, principal impulsor de la Barcelona que la nueva alcaldesa tanto critica.

Todos pueden pactar con todos, si se sabe explicar. Lo que no es de recibo es demonizar un pacto que va en tu contra mientras tú haces lo mismo en otro lugar. Un mínimo rigor es exigible incluso a Dolors Camats, a quien los dioses –como es sabido– regalaron la razón eterna.

A Colau le costará mucho justificar un pacto con Collboni, un candidato de la casta

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