La doble vida de las porterías
Las porterías de Barcelona llevan doble vida, de la misma forma que hay una moral de invierno y una moral de verano, como observaba el gran Camba, el anarquista que murió en el Palace.
No me pidan descripciones, porque aburren. ¿Acaso leerían una columna sobre la bravura del mar o la montaña del Tibidabo?
La escalera tiene atmósfera burguesa, banquetas en la entrada, un ascensor señorial de madera y tres, que yo sepa, vecinas joviales que salen algunos jueves cuando duermen los niños.
Salen por separado y, claro está, entran, cada una a su aire y a su hora.
Yo, por supuesto, soy un hombre educado que se empeña en acompañar hasta el domicilio a cuantas mujeres tengo el gusto de tratar de noche. –No te preocupes, vivo cerca. –Así me quedo más tranquilo. ¡Cuesta tan poco ser hipócrita! Hay mujeres que se quejan de que los hombres son poco atentos. Esto lo dicen las mujeres que ni trasnochan ni valoran que, al igual que sus porterías tienen doble vida, los hombres tenemos también doble deferencia: la deferencia de
¡Cuesta tan poco ser hipócrita! Al trasnochador cachondo toda dirección le viene camino de casa
día –que se ve menos– y la deferencia de noche –que se nota más–. –Me viene de camino. Al trasnochador cachondo todos los caminos le llevan a Roma y todas las direcciones le vienen camino de casa.
Mientras uno disimula los malos pensamientos y habla de que el cielo está estrellado, va pensando: a ver qué me cae. ¿Y quién decide eso? La escalera, esa incógnita.
Uno llega a una escalera desconocida y ya se da por muerto o por vivo y deja, o no, al modo del infierno de Dante, toda esperanza en la entrada.
La portería de la casa de las tres mujeres parece solemne, es céntrica y tiene un portero diurno al que por curiosidad y agradecimiento me encantaría saludar y pedirle de paso que no cierre el sotanillo aledaño al ascensor, que además de señorial es oportunamente lento, de esos que avisan con antelación de los movimientos vecinales. –Tengo los niños durmiendo. Los niños duermen de noche y sueñan o tienen pesadillas mientras las mamás sin pareja se despiden en la portería, con más o menos prisa, a falta de intimidad para subir a casa y ofrecer unas pastas. Si enumero que tres son las vecinas trasnochadoras es porque imprimen carácter a la escalera y porque alguna noche se forma overbooking de despedidas y entran ganas de dar tanda. Lamentablemente, con el actual sistema, los últimos son los primeros porque precipitan las despedidas y aquellos se benefician de la vida ordenada de los demás vecinos.
Yo no les puedo dar la dirección para satisfacer la curiosidad propia de todo lector, pero les garantizo que la escalera existe, las vecinas también y el espacio se despoja de noche de la solemnidad que da la luz, la madera y el mármol, el techo alto y los besos en la mejilla. De noche, es la escalera del pecadillo y la casa de todos.