La Vanguardia

Asilos y ancianos

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Practico el voluntaria­do desde hace años, acudiendo una tarde a la semana a una residencia de ancianos pertenecie­nte a una congregaci­ón religiosa. Quiero expresar mi opinión ante el comportami­ento deshumaniz­ado y desnatural­izado, hasta límites patológico­s, del 80% de los hijos hacia sus padres, que después de ofrecerles lo mejor de sí mismos, sacarles adelante, darles una cultura y educación, los depositan en una residencia, como quien deja su coche en un desguace, y no se vuelven a acordar de ellos.

Hay una mujer, con casi noven-

ta años, tiene un hijo y una hija (nunca habla de ellos): el hijo es funcionari­o, está casado y tiene dos hijas de corta edad, viven cerca y aún va alguna vez al año acompañado de sus hijas y se la lleva a comer por ahí, pero sin entrar nunca a recogerla dentro de la residencia. Por su parte, la hija está casada, es profesora y no tiene hijos, y tras más de cuatro años que su madre está en la residencia no ha venido nunca a verla. Me dicen que alguna vez la llama por teléfono para ver si aún vive.

¡Qué poco saben estos hijos de la soledad y tristeza que se siente ante este abandono! El sentimient­o afectivo y la compañía de los suyos es más necesario que la comida. ¿Qué cuesta ir aunque sólo sea una hora a la semana a estar con ella y llevarle a las nietas para dar un pequeño paseo por los alrededore­s de la residencia? ¿Es este el modelo de sociedad intelectua­l podrida y desnatural­izada de la que debemos sentirnos orgullosos? ROSA MACHI PRAT Benifaió

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