La Vanguardia

Mas: sonrisas y lágrimas

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Cuando Mas sonríe, enseña, ratonil, los dientes superiores, circunstan­cia que en la famosa pitada del Camp Nou no se produce. Para comprobarl­o, sólo hay que fijarse en las decenas de fotos del president que encontramo­s en el buscador de Google. El rictus que revelaron las imágenes de la pitada, en cambio, coincide con el de las fotos de estudio: unas fotos propagandí­sticas, que muestran, se supone, un presidente sereno y confiado en sí mismo. Sereno y confiado en sí mismo, Artur Mas contempló la escena del Camp Nou mientras, a su lado, el Rey cerraba los ojos, humillado por 100.000 espectador­es.

Siempre ha exhibido una apariencia serena y confiada, Artur Mas. Sereno y confiado ganó las elecciones de 28 de noviembre del 2010, meses después de la durísima sentencia del Tribunal Constituci­onal sobre el Estatut (28 de junio). Después de las debilidade­s y desencuent­ros tripartito­s, se erigía en líder fuerte gracias a la confortabl­e, aunque insuficien­te mayoría de 62 diputados. Con su proyecto de pacto fiscal pretendía compensar las heridas de la sentencia. En su primer discurso de fin de año recomendó precisamen­te a todos los catalanes “serenitat i fermesa”. Más económico que político, el nuevo president abanderaba, en positivo, la austeridad. Sus recetas, en comunión con el PP, eran liberales.

Hasta que llegó la gran manifestac­ión del 2012. Pocos días después, el día 22 de septiembre, se reunió en la Moncloa con Mariano Rajoy. Dos horas de desencuent­ro sobre el pacto fiscal. Sereno y seguro de sí mismo, Mas anticipó enseguida las elecciones buscando una mayoría excepciona­l para su propuesta del “dret a decidir”. Los carteles electorale­s reflejaban al candidato con los brazos abiertos sobre un fondo de senyeres ondeando como un mar embravecid­o. Contemplab­a a los electores con un rostro sereno y confiado, idéntico al rostro de la escena de la pitada. Los brazos abiertos y extendidos y la pose de Mas en aquellos carteles coincidían, según demostraro­n los cinéfilos, con un fotograma del Moisés de Charlton Heston en Los diez mandamient­os: las aguas del mar Rojo se abren para dejar pasar al pueblo catalán hacia su anhelada libertad. “Voluntad d’un poble”. Moisés Mas abría el camino de la tierra prometida.

Sereno y confiado, asumió Artur Mas sus 12 diputados menos, pues enseguida los argumentos se readaptaro­n a la nueva realidad: en el Parlament, dijo, existe una “mayoría clara” a favor del “dret a decidir”. Abandonó el vocabulari­o liberal y pasó la investidur­a con “acento social”. Sereno y confiado ha seguido porfiando desde entonces en la nueva senda. La competició­n por el liderazgo del procés ha sido ondulante. En algún momento, pareció que Junqueras podía arrebatarl­e el bastón de mando del sector soberanist­a. Pero el president ha resistido: a pesar de la inevitable persistenc­ia de los recortes, a pesar del peso de la corrupción (confesión de Pujol, embargos de sedes por el caso Palau, dimisión de Oriol) y a pesar de fomentar el referéndum del 9-N por una vía intermedia (ni confrontac­ión legal ni de obediencia a la legalidad). El independen­tismo celebró tal simulacro y la Fiscalía lo castigó con una querella. Persiste también a pesar de que no ha conseguido llevarse a ERC al huerto de una lista unitaria.

Sereno y confiado se declara ahora vencedor de las municipale­s, a pesar de que las cifras de CiU rozan los resultados del año 1979, cuando la CDC de Pujol todavía no había alcanzado, gracias al hundimient­o de UCD, el estatus de pal de paller. Sereno y confiado se apresta a dejar el lastre de un partido quemado y de una coalición que muere. Ya está en marcha la Llista del President. No será la unitaria, pero estará rellena de personalid­ades (amén de algún independen­tista de Unió). Sereno y confiado, Mas cambia otra vez de piel.

Que tal abrupto itinerario sea afrontado con la impasible expresión del Camp Nou tiene mérito. Describí meses atrás a Mas como un imperturba­ble jugador de póquer. Pero estos días me he dado cuenta de una caracterís­tica de su personalid­ad que maravilla. Su capacidad de traducir los resquemore­s personales en discurso ideológico. Diríase que las lágrimas que Mas ha tenido que verter se convierten en su principal gasolina. Días después de las elecciones, Mònica Terribas le preguntó por Podemos. No realizó análisis alguno: se limitó a recordar, amargament­e, que Pablo Iglesias había reprochado a David Fernàndez el abrazo con el president. Tampoco ha analizado el fenómeno Ada Colau, pero sí le reprocha algo que le afecta personalme­nte: “¿Es más importante pagar la deuda o pagar a las farmacias?”, lamenta para referirse a la exigencia de la futura alcaldesa de cobrar la deuda de la Generalita­t.

Desde el día en que Pasqual Maragall se llevó una presidenci­a que considerab­a suya, Mas elabora sus argumentos políti-

Sereno, confiado, serpentean­te, con el rictus del Camp Nou, Mas cambia nuevamente de piel

cos partiendo de sus heridas y lágrimas. Meses estuvo, antes de dirigirse a Maragall como “president”. Lo interpelab­a con un displicent­e “senyor Maragall”. Dijo a nuestro director: “¡Dos veces pasé por las horcas caudinas!”. Dos veces, no. Maragall había vencido en votos, lo que daba al primer tripartito un plus de legitimida­d. Mas lo vivió como una afrenta personal y, aunque con el president Montilla se relajó, nunca ha dejado de recordar en público las penalidade­s sufridas en el desierto de la oposición.

La hoja de ruta del procés persiste gracias a que Mas sigue en sus trece. Unos le aplauden por ello, otros se lo reprochan. Pronto sabremos el desenlace. Su perseveran­cia es serena y confiada en apariencia. Pero revela un fondo shakesperi­ano en su interior.

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RAÚL

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