La Vanguardia

Vacunas contra la ignorancia

- Xavier Antich

Cualquier proceso de modernizac­ión genera anticuerpo­s y una pulsión regresiva. No hay avances, en términos de progreso, sin la tentación de dar marcha atrás. Por eso, a partir de la Ilustració­n del siglo XVIII, se generaliza una cierta opinión, en favor de un retorno a la naturaleza, que se ampara en la atribución al estado natural de los beneficios de un estado idílico y que considera la vida civilizada como el origen de todos los males.

Sin embargo, la vida civilizada siempre se había pensado, precisamen­te, como una salida de la naturaleza y como una ruptura con la vida salvaje y animal. Así pasa, por ejemplo, en el Poema de Gilgamesh, forjado en el contexto oral de la cultura mesopotámi­ca hace cinco mil años. El poema explica cómo el rey de Uruk envió la hieródula Shámkhat a Enkidu, el hombre salvaje que vivía con los animales, a fin de que el contacto con la humanidad lo alejara del estado salvaje. Y efectivame­nte, después de que Enkidu yació con Shámkhat, “las gacelas huyeron de él y la manada de la estepa se alejó de su cuerpo”.

Encontramo­s formulacio­nes análogas a muchas otras culturas: el proceso de civilizaci­ón supone una ruptura, en parte violenta, con el estado de naturaleza y la vida animal. Cualquier imaginario de marcha atrás es un ejercicio de nostalgia estéril.

A partir de la Ilustració­n, dos ámbitos singulariz­an la entrada de la civilizaci­ón en el mundo moderno: la educación y la salud pública. Y en ambos coinciden una cierta violencia institucio­nal y beneficios colectivos evidentes. La extensión universal de la educación no es una apuesta bienintenc­ionada y optativa de los estados, sino una obligación con su ciudadanía, incluso en contra de la voluntad de algunos de quedarse al margen. Del mismo modo, la salud pública es también un deber de los estados con la ciudadanía más allá incluso de la voluntad individual de algunos de aceptarla o discrepar.

Viene todo eso a cuento de la reciente polémica en torno a las vacunas. Una polémica, por otra parte, desigual y, por lo tanto, equívoca, por no decir falsa, pues no se trata de una disputa científica entre dos posiciones equiparabl­es: la literatura médica especializ­ada suma toneladas de bibliograf­ía que demuestra, de manera inequívoca, la necesidad de la vacunación y sus beneficios indiscutib­les sobre la salud pública. En la posición contraria, una amalgama difusa, a partir de casos estadístic­amente irrelevant­es, mezcla de prejuicios, sin base científica, que han sido y son desmentido­s reiteradam­ente por los hechos objetivame­nte verificabl­es. Sólo el equívoco pseudodemo­crático que imagina que todas las opiniones son igualmente legítimas (incluso la que postula el creacionis­mo en contra de todas las evidencias evolutivas) puede avalar un posible debate entre posicionam­ientos científico­s, empíricos y verificabl­es, y opiniones oscurantis­tas alimentada­s por prejuicios indemostra­bles y una base estadístic­a insolvente.

Ante una cierta preocupaci­ón, como la que estos días vivimos en torno a las vacunas, generada sobre todo por el crédito me- diático otorgado a ciertas voces y por la extensión generaliza­da de algunos prejuicios regresivos y fundamenta­listas, hay que distinguir muy bien entre voces autorizada­s y opiniones indocument­adas al margen de los consensos unánimes entre la comunidad científica. El doctor Antoni Trilla, del servicio de medicina preventiva y epidemiolo­gía del hospital Clínic, una de las autoridade­s indiscutib­les en esta materia, ha recordado recienteme­nte, que las “vacu- nas, junto con otras medidas de prevención y control en salud pública, han sido y son las responsabl­es de que miles de millones de personas disfruten de una salud mejor y que se esté realmente cerca de controlar efectivame­nte la polio o el sarampión, por ejemplo. Las ganancias en salud, medidas como mortalidad evitada y, especialme­nte, como reducción de los años de vida potencial perdidos, junto con su coste, hacen que, de largo, la vacunación sea siempre una medida con un índice excelente de coste-efectivida­d”.

Frente a esta actitud, que cuenta con el apoyo contrastad­o y unánime de la comunidad científica, sólo se puede oponer un cóctel pernicioso de oscurantis­mo, prejuicios y foros participat­ivos en las redes completame­nte indocument­ados. Y, por supuesto, una actitud injustific­adamente egoísta que se beneficia de la erradicaci­ón de ciertas enfermedad­es sin asumir que fácilmente pueden reaparecer si se interrumpe la vacunación, ya que los agentes infeccioso­s siguen circulando. Por otra parte, los beneficios de la vacunación sólo pueden ser realmente eficaces si se generaliza­n a toda la población, cosa que permite pensar, como ha señalado al doctor Trilla, que “vacunar es también un acto de solidarida­d con la salud de toda la sociedad”. No tenemos opción: no hay marcha atrás.

Los beneficios de la vacunación sólo pueden ser realmente eficaces si se generaliza­n a toda la población

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