La Vanguardia

Incoherenc­ia política

- Enric Sierra

Se puede gobernar sin haber ganado las elecciones? Sí. Nuestro sistema electoral no permite que los votantes elijan directamen­te a alcaldes o presidente­s, sino a concejales y diputados. El resto, como estamos viendo, se cocina en los despachos y los acuerdos locales responden, a menudo, a estrategia­s que superan el ámbito municipal y se circunscri­ben a puros mercadeos de “yo te doy aquí y tú me devuelves allí”. Ha sido siempre así y, hasta ahora, no ha habido mucho debate sobre este modelo porque el sistema de partidos no había entrado en la actual crisis de credibilid­ad y el número de formacione­s políticas era limitado y controlado.

Con la aparición de nuevos partidos y la consiguien­te fragmentac­ión del panorama político, se ha abierto en canal la discusión sobre la convenienc­ia o no de reformar la ley electoral para que los gobiernos resultante­s de las elecciones sean los más cercanos a la voluntad mayoritari­a popular. En este sentido, es interesant­e observar cómo hay partidos que son capaces de defender un argumento y el contrario sin inmutarse, emulando al gran Groucho Marx cuando dijo “estos son mis principios y si no les gusta, tengo otros”. Según les convenga, en unos lugares hablan de legitimida­d cuando participan en la formación de alianzas, por raras que sean, para desbancar a la candidatur­a más votada y, a

El debate del sueldo de los alcaldes no debe centrarse en la cantidad de dinero, sino en cómo rinde ese salario

pocos kilómetros, se indignan ante complots que califican como fraude de ley, cuando esos pactos extraños se erigen en su contra. Una cosa es que las vigentes reglas del juego electoral permitan combinacio­nes de gobierno diversas, pero eso no avala la incoherenc­ia y menos si proviene de formacione­s que se presentan como renovadora­s de la vieja y, a menudo, incoherent­e inercia política.

Lo mismo sucede con las promesas que suenan muy bien en los mítines pero que acaban siendo inviables o que llevarlas a la práctica puede suponer un problema a medio y largo plazo. Me refiero a los sueldos de los alcaldes y concejales. No hace mucho, Artur Mas prometió en una campaña electoral que formaría un “gobierno de los mejores”. Una aspiración que estoy seguro que firmaría cualquier partido político. Pero esta voluntad choca con la dura realidad. ¿Los mejores profesiona­les se dedicarían a la política si eso supone cobrar mucho menos de lo que percibiría­n en el sector privado, además de estar constantem­ente sometidos a la crítica y la sospecha? Respondan ustedes mismos.

Por esa razón, la defensa de sueldos bajos para altísimas responsabi­lidades públicas conlleva el riesgo de que acaben recalando en política perfiles más que discutible­s y que “los mejores” se alejen al máximo del servicio a la comunidad, por muy noble y romántico que sea. Así que la cuestión no debería centrarse en el dinero, sino en la eficacia y el buen servicio público que se derive de esa inversión. No hace falta recordar que, a menudo, lo barato puede salir muy caro.

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