Incoherencia política
Se puede gobernar sin haber ganado las elecciones? Sí. Nuestro sistema electoral no permite que los votantes elijan directamente a alcaldes o presidentes, sino a concejales y diputados. El resto, como estamos viendo, se cocina en los despachos y los acuerdos locales responden, a menudo, a estrategias que superan el ámbito municipal y se circunscriben a puros mercadeos de “yo te doy aquí y tú me devuelves allí”. Ha sido siempre así y, hasta ahora, no ha habido mucho debate sobre este modelo porque el sistema de partidos no había entrado en la actual crisis de credibilidad y el número de formaciones políticas era limitado y controlado.
Con la aparición de nuevos partidos y la consiguiente fragmentación del panorama político, se ha abierto en canal la discusión sobre la conveniencia o no de reformar la ley electoral para que los gobiernos resultantes de las elecciones sean los más cercanos a la voluntad mayoritaria popular. En este sentido, es interesante observar cómo hay partidos que son capaces de defender un argumento y el contrario sin inmutarse, emulando al gran Groucho Marx cuando dijo “estos son mis principios y si no les gusta, tengo otros”. Según les convenga, en unos lugares hablan de legitimidad cuando participan en la formación de alianzas, por raras que sean, para desbancar a la candidatura más votada y, a
El debate del sueldo de los alcaldes no debe centrarse en la cantidad de dinero, sino en cómo rinde ese salario
pocos kilómetros, se indignan ante complots que califican como fraude de ley, cuando esos pactos extraños se erigen en su contra. Una cosa es que las vigentes reglas del juego electoral permitan combinaciones de gobierno diversas, pero eso no avala la incoherencia y menos si proviene de formaciones que se presentan como renovadoras de la vieja y, a menudo, incoherente inercia política.
Lo mismo sucede con las promesas que suenan muy bien en los mítines pero que acaban siendo inviables o que llevarlas a la práctica puede suponer un problema a medio y largo plazo. Me refiero a los sueldos de los alcaldes y concejales. No hace mucho, Artur Mas prometió en una campaña electoral que formaría un “gobierno de los mejores”. Una aspiración que estoy seguro que firmaría cualquier partido político. Pero esta voluntad choca con la dura realidad. ¿Los mejores profesionales se dedicarían a la política si eso supone cobrar mucho menos de lo que percibirían en el sector privado, además de estar constantemente sometidos a la crítica y la sospecha? Respondan ustedes mismos.
Por esa razón, la defensa de sueldos bajos para altísimas responsabilidades públicas conlleva el riesgo de que acaben recalando en política perfiles más que discutibles y que “los mejores” se alejen al máximo del servicio a la comunidad, por muy noble y romántico que sea. Así que la cuestión no debería centrarse en el dinero, sino en la eficacia y el buen servicio público que se derive de esa inversión. No hace falta recordar que, a menudo, lo barato puede salir muy caro.