Ser culé y del Girona (la doble vida)
La mayoría de los aficionados del Girona que ayer estuvieron a punto de celebrar el ascenso directo a Primera División también vivieron con intensidad el éxito monumental del Barça en Berlín. La doble militancia no es excepcional en el universo del fútbol, sobre todo cuando el equipo más potente tiene una aureola identitaria nacional y una ambición expansiva de marca multinacional. Pasa lo mismo con el Manchester United, el Real Madrid o el Juventus, que permiten a los militantes de clubs más modestos mantener el vínculo local con una preferencia, igualmente apasionada, por un club grande. Cuando uno de estos equipos llega a Primera, modifica los protocolos y altera las prioridades. Recuerdo culés del Lleida que, cuando el Lleida jugaba en Primera, tuvieron que gestionar la contradicción de ver cómo su equipo perjudicaba al Barça ganando en el Camp Nou.
En la simpatía que despierta el aún posible ascenso del Girona hay, como pasó con el Nàstic o el Sabadell en otros tiempos, un componente evidente de patriotismo. Una de las excepciones a estas compatibilidades es el Espanyol, que, pese ser un club catalán, activa el factor de una gran rivalidad y debe gestionar su identidad en un clima mediático más hostil y poco propenso a socializar alegrías patrióticas. En momentos así se constata la tensión entre los sentimientos patrióticos y las fidelidades futbolísticas. Al final, la intimidad de cada aficionado hace que las evidencias no sean tan categóricas y unánimes. Ejemplo: ¿cuántos culés no se interesan nunca por el Sabadell, el Lleida, el Nàstic o el Júpiter? Y si se producen situaciones de competitividad, como hasta hace poco en Segunda División, ¿es más patrióticamente correcto desear el ascenso del Llagostera, del Girona o, con una crueldad parecida a la del partido de ayer contra el Lugo, concluir que ninguno de los dos debe subir?
El deber patriótico no siempre coincide con la topografía emocional. En el caso del Girona, deseo que ascienda no por patriotismo (que debería estar compensado por la decepción de ver cómo otros equipos catalanes pierden la categoría), sino por simpatía con el empresario y periodista Jordi Bosch. Bosch practica un gironismo recreativo de homenot en el exilio y mantiene los vínculos con el club que le inculcó su padre y ejerce de cronista sentimental en el Diari de Girona. Y ahora que el Girona tie- ne cerca la Primera División, ¿qué hará Bosch, que es uno de los grandes culés practicantes del país, si dentro de unos meses sus dos equipos se enfrentan? Conociéndolo, supongo que establecerá una doctrina propia. En la Liga no le dolerá perder los seis puntos que disputar contra el Barça a cambio de que el Girona manten- ga la categoría, por ejemplo (añadiendo alguna cesión fraternal –¿Douglas?– sabiamente negociada en un buen restaurante ). Este compromiso particular puede solucionar un dilema, pero, si llevamos al límite la hipótesis de la doble militancia, ¿qué pasaría en una eliminatoria de Copa? Probablemente la doctrina Bosch recomendaría una moratoria sentimental y lo llevaría a renunciar a la clasificación desde una conciencia culé, aunque eso le obligara a olvidar un hipotético triplete.
Son problemas de opulencia, es cierto, y cada uno tendrá que encontrar el modo de solucionarlos (también los periquitos que desean el ascenso gerundense cuando tengan que jugar contra ellos). En las antípodas, hay culés que de ningún modo están
¿Cuántos culés no se interesan nunca por el Sabadell, el Lleida, el Nàstic o el Júpiter?
dispuestos a regalar puntos alegremente. Ni en nombre del patriotismo ni a la salud de amigos, saludados o conocidos. Precisamente porque a menudo la identificación con el club está por encima del sentimiento patriótico, muchos culés entienden que la prioridad es el Barça y que eso es innegociable. En el caso del Barça, la situación aún se complica más: como el club ha asumido una identificación con Catalunya (a veces como constatación de una representatividad difícilmente refutable y otras veces con el énfasis de una estrategia de marca), debería darse por sentado que ser culé ya incluye una dosis añadida de patriotismo. En un país de dimensiones como las de Catalunya, la casuística sentimental debe interferir muy a menudo en las teóricas obligaciones patrióticas y más de un aficionado debe tener dobles y triples vidas futbolísticas. Sin embargo, una vez en Primera, ¿se puede ser polígamo? Ahora que el Girona tiene el ascenso cerca, sería un placer comprobarlo.