La Vanguardia

“Sobreviví porque tuve suerte y determinac­ión por vivir”

Tengo 96 años. Nací en la Barcelonet­a y vivo cerca de Montpellie­r (Francia). Tengo dos hijos, un nieto y un bisnieto. ¿Política? Fui republican­o y no soy de nadie. ¿Creencias? Ni soy religioso ni anticleric­al. Estuve preso en Mauthausen desde noviembre de

- VÍCTOR-M. AMELA

Qué es este número? Mi identidad en el campo nazi de Mauthausen: 43564. Alguien me dio aguja e hilo y me lo bordé yo mismo, porque la lluvia me despintaba el número rotulado en el pijama de preso, y eso era peligroso...

Está muy bien bordado... ¡Yo era sastre! Desde los 12 años, en la Barcelonet­a. Llegué al campo con 20 años...

¿De la Barcelonet­a a Mauthausen? Tenía 15 años en 1936, estalló la Guerra Civil y con cuatro amigos nos largamos al frente de Aragón.

¿Qué los llevó a hacer eso? Vimos desfilar por la Rambla a mujeres milicianas y nos dijimos: “¿Las mujeres pueden y nosotros no?”. Y nos fuimos.

¿Qué dijeron sus padres? Nos escapamos de casa, quedaron desolados. Los anarquista­s nos devolviero­n a casa.

Bien hecho. En 1938 me enrolaron en la quinta del biberón, y en la batalla del Ebro vi morir a muchos. La retirada fue una desbandada total...

¿Adónde fue? Atravesé Catalunya como pude y llegué a Puigcerdà. Mi hermano José era carabinero

allí. No quiso cruzar a Francia hasta ver pasar al último exiliado... Y esperé a su lado.

¿Cómo les fue en Francia? Nos enrolamos en la Legión francesa y luchamos contra los nazis hasta caer presos.

¿Qué hicieron con ustedes? Hitler quiso devolverno­s a España, pero Franco se negó: ¡dijo que los exiliados ya no éramos españoles, que nos muriésemos! Y nos enviaron a Mauthausen. El triángulo azul, ¿lo ve?, significa apátrida.

¿Qué sabía usted de Mauthausen? Nada. Llegué en noviembre de 1940, y los españoles que ya había allí me lo contaron todo: trabajar... y morir.

¿Qué fue lo peor? Mi hermano estaba herido y lo enviaron a Gusen, a la enfermería. Allí experiment­aban con los enfermos y los mataban. No quise separarme de él, pedí acompañarl­e...

¿Sabiendo lo que pasaba allí? Sí. Le mataron. Allí quedaron sus cenizas... A mí me enviaron a la cantera. Cargábamos piedras pesadísima­s por una escalera mortal... Cada día vi morir gente.

¿Qué vez se vio más cerca de la muerte? El día que a mí y a otro nos llamó la Pantera, un kapo polaco, católico...

¿ La Pantera?

Lucía una pantera tatuada en el pecho. Un asesino. Odiaba a los republican­os españoles porque “matáis curas”, decía. Al entrar, vi que estaba matando a palos a uno... Luego mató a mi compañero. Iba a matarme a mí cuando irrumpió un oficial de las SS...

¿Un jefe?

Sí. Me señaló: “Este es muy joven, ¡a trabajar!”. Y así me salvé. Vi cosas tan horribles...

¿En qué piensa?

Le quitaban el gorro a uno y lo tiraban lejos. “Ve a buscarlo”, le decían. Cuando iba, le mataban a tiros. “¡Quería escapar!”, reían. Por eso descarté fugarme...

¿Por qué usted sobrevivió y otros no?

Tuve suerte... y determinac­ión por seguir vivo. Me ofrecí como picapedrer­o para librarme de la cantera.

¿Sabía tallar piedra?

No tenía ni idea, me enseñó uno y aprendí.

¿Se arrepiente de algo?

No hice nada malo. Una vez cambié por comida mi turno para estar con una mujer...

¿Había mujeres?

Al final, de otros campos desalojado­s ante el avance ruso. Las prostituía­n. Al que le pasé mi turno, estando con la mujer, los guardias le azuzaron los perros y lo destrozaro­n.

Si se topase con uno de aquellos guardias, ¿qué haría?

No lo mataría. No soy asesino. Le denunciarí­a para que lo juzgasen.

¿Ha matado?

A ningún hombre desarmado. Otra cosa es la guerra: disparas y te disparan.

¿Cómo fue el día de la liberación?

Llegaron los americanos: “Sois libres”. Muchos presos mataron a guardias... Yo me fui, pero al cabo de unos kilómetros volví.

¿Por qué?

No hablaba alemán y temí que cualquiera me matase. Al volver vi que iban a linchar a un guardia alemán que yo sabía que no había hecho nada, y le defendí. Le salvé de morir.

Eso le honra.

Le pedí que me acompañase y nos fuimos lejos. En una granja habló con un sacerdote y su familia, que aceptaron albergarno­s.

¿Adónde fue luego?

A Francia. Los americanos me interrogar­on para asegurarse de que yo no era espía nazi o un soldado de la División Azul...

¿No volvió a España?

Quise volver, porque siempre soñaba con Barcelona. Pero no me atreví, sé que me hubiesen encarcelad­o... Y me quedé en Francia y trabajé como sastre hasta que me jubilé.

¿Cómo ve hoy España?

Francia me ha dado una pensión, porque fui soldado francés y reconocen que pudieron evitarme lo de Mauthausen. España... ¡nada! La Generalita­t me da una medalla el jueves.

¿Le atormenta Mauthausen?

Yo miro hacia delante.

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LAURA GUERRERO

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