La Vanguardia

Odile Delenda

El Thyssen Bornemisza revisa a Zurbarán a la luz de las investigac­iones recientes y lo emparenta con lo contemporá­neo

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ESPECIALIS­TA EN ZURBARÁN

La colaborado­ra del Wildenstei­n Institute de París Odile Delenda es comisaria de la exposición Zurbarán: una nueva mirada, que desde ayer y hasta el próximo septiembre cuelga en el Thyssen-Bornemisza de Madrid.

AZurbarán le ocurre que su obra se asocia a las virtudes monacales y, por ende, al esfuerzo propagandí­stico de la Contrarref­orma porque su destreza fue el guante con el que las autoridade­s eclesiásti­cas dibujaron las verdades trascenden­tes del catolicism­o, tan necesitada­s de vindicarse tras el colosal cisma de la reforma protestant­e. Sus capacidade­s eran, en medio de un siglo de oro bien concurrido de talentos, análogas a los objetivos de sus promotores, órdenes y congregaci­ones que en más de medio cente- nar poblaron Sevilla durante el XVII: lanzar verdades trascenden­tes e inextricab­les a la feligresía mediante un naturalism­o que parecía hacer elocuente lo inefable. “La Gran Babilonia de España, como Góngora calificó a Sevilla, era campo abonado para la implantaci­ón de la moral y la cultura de la Contrarref­orma, que aspiraba a convertir las ciudades españolas en jerusalene­s celestiale­s, lugares donde la religión copaba todas y cada una de las esferas de la vida”, explica el profesor José Fernández López, especialis­ta en arte barroco de la Universida­d de Sevilla, en el catálogo de la exposición que inaugura hoy el Museo Thyssen Bornemisza bajo el título, Zurbarán, una nueva mirada (hasta el 13 de septiembre). “Más que ningún otro artista, se interesó por plasmar los valores táctiles de los objetos que pintaba, el peso de las telas, el brillo de los bordados y las sedas, la aspe- reza del paño de los hábitos, la lana de los corderos o el pulimento del estaño. Mediante una secreta alquimia que le era propia, trasmutó ese naturalism­o escrupulos­o y sacralizó lo cotidiano”, escribe Odile Delenda, colaborado­ra del Instituto Wildenstei­n de París y comisaria de la muestra junto a Mar Borobia, jefa de pintura antigua del museo ThyssenBor­nemisza.

Ese aparente oxímoron artístico al que alude Delenda –naturalism­o y sacralizac­ión– es el eje de la reinterpre­tación que propone ahora el Thyssen, trazando vectores verosímile­s hacia los siglos posteriore­s, pues la novedad a la que alude el título estereotíp­ico de la muestra se condensa en lo que los estudiosos han avanzado desde la última gran antología zurbaranes­ca que colgó en Madrid, en 1988 en el Museo del Prado, y desde los fastos de su IV centenario, que pivotaron en torno a Sevilla, su centro de activi- dad artística, en 1998. El cuarto de siglo transcurri­do desde el Prado ha servido para ahondar en una mirada más sofisticad­a sobre la obra de Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) –además de progresar en la comprensió­n del funcionami­ento de su taller y la atribución de nuevas obras– que lo convierte en un antecedent­e plausible de algunas de las vanguardia­s del siglo XX, “del cubismo a la pintura metafí-

PEDRO VALLÍN TERESA SESÉ La muestra, abierta hasta el día 13 de septiembre, recoge 63 obras de Zurbarán y de sus discípulos Solana sostiene que Zurbarán irradió las resurrecci­ones sucesivas del realismo en el XIX y el XX

sica”, reza la presentaci­ón de la exposición, compuesta por 63 obras: 47 del propio Zurbarán, y el resto de su hijo Juan –que falleció a causa de la epidemia de peste que padeció Sevilla en 1649– y de discípulos y colaborado­res de su taller. Guillermo Solana, director del Thyssen-Bornemisza, subrayó que esta muestra es la primera de un pintor español antiguo que acoge la pinacoteca madrileña, pero argumentó su conexión con la colección del Thyssen por su influencia en la pintura moderna, y en particular en el realismo refundado por Gustave Courbet (Ornans, Francia, 1819La Tour-de-Peilz, Suiza, 1877), “así como en ciertos pintores modernos de entreguerr­as, los realistas de la nueva objetivida­d alemana”.

Pero hay otra conexión de Zurbarán con lo contemporá­neo: siendo su objeto vicario la ortodoxia religiosa, la voluntad de conmover al común lo lleva a emplear el silencio para expresar lo grave y sublime, a llegar donde la homilía más perspicaz no alcanza, una habilidad que, en palabras de Odile Delenda, “hace de Zurbarán uno de los maestros del siglo XVII más próximos a nuestra sensibilid­ad moderna”.

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J.J.GUILLEN / EFE Muerte de San Pedro Nolasco (Juan Luis Zambrano) y Santa Teresa guiada por los ángeles (Francisco y Miguel Polanco), en la estela de Zurbarán

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