Turquía entierra el sultanato
El AKP de Erdogan debe pactar, gobernar en minoría o repetir elecciones
Después de mantener una mayoría absoluta durante 13 años, perderla puede ser duro, muy duro. Sobre todo habiendo contado con un líder que parecía infalible, no otro que el presidente Recep T. Erdogan, que desde el 2002 había vencido en nueve citas consecutivas con las urnas, acaparando con cada una más y más poder.
La no comparecencia frente a los medios del líder que ha dominado la política turca como ninguno en la última década era ayer llamativo. Para un hombre tan acostumbrado a la atención pública, el hecho de no decir nada durante más de veinticuatro horas ya era de por sí noticia.
Acaso, desaparecido en combate, estaba lamiéndose las heridas de la primera derrota. Desde su palacio de 1.150 habitaciones llegaba un lacónico comunicado en el que pedía a los partidos políticos “una actuación responsable” en aras de proteger “las conquistas democráticas”.
La formación política que fundó y que ha liderado durante tantos éxitos, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de raíces islamistas, intentaba rehacerse de la debacle del día anterior. Con el 40,82% de los votos –diez puntos menos que en el año 2011 (49,9%) es todavía el partido más votado: los electores han dado la razón al primer ministro, Ahmet Davutoglu, que calificó en la noche electoral a su partido como “columna vertebral de Turquía”.
Pero al conseguir sólo 258 escaños, lejos de la mayoría absoluta (276), el AKP está obligado a elegir entre tres opciones desacostumbradas: buscar un socio de coalición, formar un gobierno en minoría –y en exceso vulnerable– o llamar a unas elecciones anticipadas. No gustó demasiado ayer a los mercados, que volvieron a demostrar que lo que puede ser bueno para la sociedad turca no necesariamente es bien recibido económicamente, y la Bolsa de Estambul bajó un 5%.
“Por ahora el escenario de una coalición es el más probable”, intentaba calmar el viceprimer ministro, Numan Kurtulmus, mientras la lira se resentía –perdió un 3,5% frente al dólar y un 4% frente al euro– ante la posibilidad de que la inestabilidad política dure semanas. A su vez, el portavoz del Gobierno, Bülent Arinc, fue más allá y afirmó que el AKP “no cerrará la puerta” a una alianza con otros partidos para gobernar.
Pero no es sencillo. Reflejo de ello es que los diarios progubernamentales se escindían ayer entre los que titulaban con la palabra koalisyon en portada mientras el conservador Yeni Safak y el más islamista, el Akit, abogaban por elecciones anticipadas.
Hay otra opción, al menos aritmética, que Arinc mencionó afirmando que el AKP estaría dispuesto a dar un paso atrás si se cumplía: que los prokurdos del Partido Democrático de los Pueblos formen una coalición tricolor con los socialdemócratas del Partido Republicano del Pueblo y los ultranacionalistas de Acción Nacionalista. Pero hay demasiada distancia entre el MHP y el
HDP, tradicionalmente enemistados por el contencioso kurdo.
También relacionado con esta cuestión, entre otras, se basa la dificultad de formar una coalición entre AKP y MHP, puesto que los ultranacionalistas turcos han sido vehementemente críticos con el proceso de paz iniciado por el Gobierno hace varios años para llegar a un acuerdo con los militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el PKK.
En todo caso hay una fecha límite: en 45 días debe formar una coalición el AKP, y en caso contrario el mismo Erdogan tendría que convocar unas elecciones anticipadas. Detrás de la bruma de declaraciones lo único que está claro ahora es que el común denominador de toda posibilidad de coalición es que Erdogan en- tierre sus sueños presidencialistas. Que entierre su sultanato. Para convertirse en el presidente todopoderoso que soñaba ser hubiera necesitado al menos 367 diputados –mínimo necesario para reformar la Constitución– o 330 –para forzar al menos un referéndum–. Todo se ha esfumado.
Erdogan es, por ello, el gran perdedor. Al haber polarizado a tales extremos a la sociedad turca en dos mitades –la que le adoraba y la que no podía ni verle–, la segunda Turquía se despertaba ayer como nueva.
Una página web incluso incorporaba un cronómetro para saber cuánto tiempo –segundos incluidos– llevaba sin comparecer el jefe de Estado. Su presión islamizadora, la corrupción de su Gobierno, el intento de control de todos los tentáculos estatales, el nepotismo de sus más allegados, la mala gestión económica llevabada a cabo, etcétera, le han terminado pasando factura. Intentó hacerse con una presidencia todavía más autoritaria y los turcos le han dicho basta. Erdogan parece haber recibido un puñetazo como el que propinó una joven de 18 años –boxeadora amateur– al hombre que la acosaba.
El nuevo Parlamento turco cuenta con una participación récord de mujeres: 96, casi una de cada cinco diputados. Por el AKP son 39, 21 del CHP, 4 del MHP y 32 (de un total de 80) del HDP.
Otro dato importante es la entrada de dos armenios 51 años después del último, y de la primera armenia, Selina Dogan (CHP). Y otros nuevos inquilinos parlamentarios reflejan bien la diversidad de la sociedad, que poco a poco se afianza en su vida política: dos mujeres yazidíes, Feleknas Uca y Ali Atalan (HDP), así como el primer romaní (gitano), Özcan Purçu (CHP).
El resultado electoral inquieta a los mercados y la lira turca se resiente
Erdogan no sale a opinar y se limita a pedir “responsabilidad” en un comunicado