Jerry Brown, el último galáctico
En un universo electoral presidencial caracterizado por la muchedumbre de candidatos que se disputan la nominación republicana, a cual más alejado de la centralidad política, y los tres o cuatro pigmeos que fingen disputar la nominación demócrata a Hillary Clinton, sólo la biología es un obstáculo para que la figura de Jerry Brown no sea considerada como material presidenciable en 2016. Y es que el actual gobernador de California cumplió el pasado mes de abril 77 años, con lo que sería casi octogenario en enero del 2017, cuando el sucesor de Barack Obama tome posesión del cargo.
El historial de Jerry Brown es sencillamente extraordinario y su simple descripción supera con mucho el alcance físico de esta columna. Y no es que California no haya tenido gobernadores legendarios. Cómo ignorar a Earl Warren, que ocupó el cargo a mediados del siglo pasado y que posteriormente presidiría durante más de una década uno de los tribunales supremos más trascendentes de la historia constitucional norteamericana, sin olvidar su controvertido papel al frente de la comisión que supuestamente investigó el asesinato del presidente Kennedy. Qué decir de Pat Brown, el padre de Jerry, factótum del sistema de acuíferos que transformó el desierto del Central Valley en una potencia agrícola mundial y padre de la excelencia californiana en la educación superior pública.
En 1962, año en que California se convirtió en el estado más populoso de la nación, Brown obtuvo la reelección nada menos que frente a Richard Nixon, pero cuatro años más tarde perdió los comicios frente a un exactor al que se le presumían pocas luces, un tal Ronald Reagan, que ocuparía el cargo ocho años y la Casa Blanca otros ocho, convirtiéndose en un auténtico icono estadounidense y universal. Ya en el siglo XXI, otra leyenda –si no política, sí cinematográfica– ocupó también la primera magistratura californiana, el Governator Arnold Schwarzenegger.
Pero la trayectoria de Jerry Brown es irreproducible. Fue elegido por primera vez gobernador de California en 1974, con tan sólo 36 años y sustituyendo precisamente a Reagan. Había sido antes secretario de Estado de California, una especie de ministro de Presidencia. Tras ocho años como gobernador, en 1982 se presentó sin éxito a senador y ha buscado, asimismo infructuosamente, la nominación demócrata a la presidencia en tres ocasiones, dos ante Jimmy Carter y una ante Bill Clinton.
A finales del siglo XX se le daba por acabado, pero reapareció como alcalde durante ocho años de Oakland, una ciudad en la bahía de San Francisco con una numerosa comunidad afroamericana y un historial muy conflictivo que Brown contribuyó a aliviar notablemente. Elegido fiscal general del Estado en el 2006, volvió a ser elegido gobernador del Golden State en el 2010, 26 años después de la primera vez, y ahí sigue, tras ser reelegido el año pasado para un nuevo periodo de cuatro años.
Hasta aquí lo que es y ha sido políticamente, pero, obviamente, lo más significativo es la persona, un individuo para el que lo sobrenatural es ciertamente importante. Estudió tres años para jesuita en el noviciado del Sagrado Corazón de su ciudad natal, San Francisco, pero trocó los hábitos por las aulas, primero las de Berkeley (Artes Clásicas) y luego las de Yale (Derecho). A pesar de esa biografía tan intensa, ha dedicado años de su vida a estudiar budismo en Japón y a cuidar enfermos en la India con la Madre Teresa de Calcuta. Solterón empedernido, a pesar de su bien publicitado noviazgo con la cantante Linda Ronstadt, finalmente se casó a los 67 años con una amiga de la infancia.
Y su gestión política se ha caracterizado por su acendrada ortodoxia fiscal y su liberalismo social. De lo primero es buena muestra la reestructuración del gasto público que se vio obligado a hacer en junio de 1978, cuando la aprobación en California de la propuesta 13, reduciendo brutalmente los impuestos locales, devastó los ingresos de los condados y ciudades, haciéndolos mucho más dependientes de la munificencia salvífica de Sacramento, capital del Estado. Casi 40 años más tarde ha vuelto a conseguir el milagro, reestructurando gastos e ingresos de manera que California, en práctico default con un déficit público bajo el gobernador Schwarzenegger de casi 60.000 millones de dólares, ha obtenido en el último ejercicio fiscal un superávit de 5.000. Ecologista avant la lettre, firme opositor de la pena de muerte tanto ahora como en su primera etapa de gobernador, a finales de los años setenta causó un auténtico terremoto al nombrar al primer juez y a la primera juez abiertamente homosexuales de la historia del Estado.
Preguntado sobre sus planes de futuro, descartó una cuarta campaña presidencial 40 años después de la primera, pero no presentarse otra vez para alcalde de Oakland cuando abandone Sacramento a principios del 2019. En 1980 le preguntaron cuál era su filosofía política, que resumió así: “Proteger la tierra, servir al pueblo y explorar el universo”. Lo dicho, un figura.
Sólo su edad, 77 años, ha dejado al gobernador de California fuera de la carrera presidencial