La Vanguardia

Santamaría y Heisenberg

- Miguel Ángel Aguilar

La política desde siempre va precedida, acompañada y seguida de la comunicaci­ón que prepara y explota el éxito o minimiza la percepción del fracaso de cada una de las operacione­s en el ámbito de la vida pública. Cuestión distinta es la tendencia a irresponsa­bilizarse de los líderes remitiendo los desastres a fallos de comunicaci­ón. Es el clásico “lo hemos hecho bien pero lo hemos explicado mal”. El presidente Mariano Rajoy en sus aparicione­s después del desastre electoral municipal y autonómico del pasado 24 de mayo ha alternado la repetición de “no hay novedad, señora baronesa” con algún escape de cambios en la composició­n del Gobierno y en la cúpula del Partido Popular. Mientras, han proliferad­o las conjeturas más o menos descabella­das que promueven quienes temen por su continuida­d o aspiran a tomar el relevo. Se prefiere buscar culpables en vez de soluciones.

En los últimos días, el foco se ha puesto en la vicepresid­enta para todo Soraya Sáenz de Santamaría o Zoraida, como prefiere llamarla Rafael Sánchez Ferlosio en su último libro Campo de retamas. Pecios reunidos (Penguin Random House, Barcelona, 2015). Se ha dicho que se desentiend­e del partido, pero quien escuchara la rueda de prensa del viernes día 5, después del Consejo de Ministros, deberá convenir en que fue un ejercicio intachable de propaganda sectaria del PP. La referencia oficial da cuenta de que se adoptaron 13 acuerdos, 9 reales decretos y un informe sobre el complement­o por maternidad.

Coincidimo­s con Heisenberg en que no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogar­la, y sucede que las seis preguntas formuladas fueron sobre la imposibili­dad de acuerdos con un PSOE que plantea cambios en la política económica; sobre si el PSOE se echará en brazos de Podemos para desalojar al PP; sobre si preocupa al Gobierno la postura del líder socialista; sobre si estima que el PSOE está abandonand­o el centroizqu­ierda para irse a la izquierda radical; sobre si las posiciones de Albert Rivera son asumibles por el Gobierno; sobre si Moreno Bonilla sería el candidato del PP en caso de repetirse las elecciones en Andalucía y sobre si el presidente prevé cambios en el equipo económico. En breve, son aún peores las preguntas, que sólo tendrían algún sentido si hubieran sido formuladas en Génova. Continuará.

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