Santamaría y Heisenberg
La política desde siempre va precedida, acompañada y seguida de la comunicación que prepara y explota el éxito o minimiza la percepción del fracaso de cada una de las operaciones en el ámbito de la vida pública. Cuestión distinta es la tendencia a irresponsabilizarse de los líderes remitiendo los desastres a fallos de comunicación. Es el clásico “lo hemos hecho bien pero lo hemos explicado mal”. El presidente Mariano Rajoy en sus apariciones después del desastre electoral municipal y autonómico del pasado 24 de mayo ha alternado la repetición de “no hay novedad, señora baronesa” con algún escape de cambios en la composición del Gobierno y en la cúpula del Partido Popular. Mientras, han proliferado las conjeturas más o menos descabelladas que promueven quienes temen por su continuidad o aspiran a tomar el relevo. Se prefiere buscar culpables en vez de soluciones.
En los últimos días, el foco se ha puesto en la vicepresidenta para todo Soraya Sáenz de Santamaría o Zoraida, como prefiere llamarla Rafael Sánchez Ferlosio en su último libro Campo de retamas. Pecios reunidos (Penguin Random House, Barcelona, 2015). Se ha dicho que se desentiende del partido, pero quien escuchara la rueda de prensa del viernes día 5, después del Consejo de Ministros, deberá convenir en que fue un ejercicio intachable de propaganda sectaria del PP. La referencia oficial da cuenta de que se adoptaron 13 acuerdos, 9 reales decretos y un informe sobre el complemento por maternidad.
Coincidimos con Heisenberg en que no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla, y sucede que las seis preguntas formuladas fueron sobre la imposibilidad de acuerdos con un PSOE que plantea cambios en la política económica; sobre si el PSOE se echará en brazos de Podemos para desalojar al PP; sobre si preocupa al Gobierno la postura del líder socialista; sobre si estima que el PSOE está abandonando el centroizquierda para irse a la izquierda radical; sobre si las posiciones de Albert Rivera son asumibles por el Gobierno; sobre si Moreno Bonilla sería el candidato del PP en caso de repetirse las elecciones en Andalucía y sobre si el presidente prevé cambios en el equipo económico. En breve, son aún peores las preguntas, que sólo tendrían algún sentido si hubieran sido formuladas en Génova. Continuará.