La Vanguardia

El efecto túnel

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Antón Costas, presidente del Círculo de Economía, acostumbra a usar la metáfora del efecto túnel cuando escribe sobre un tema que le preocupa: la posibilida­d de que se produzca una crisis social justo cuando supuestame­nte se está superando la crisis económica. Como suele recordar el propio Antón Costas, fue Albert O. Hirschman quien, en un artículo publicado en 1973, propuso esta metáfora para analizar los cambios en la tolerancia social ante la desigualda­d. La metáfora invita a imaginar un túnel de dos carriles de una misma a dirección y analizar el comportami­ento del conductor de uno de los coches del carril de la izquierda. La situación inicial es la de un atasco, pero de repente los coches del carril de la derecha empiezan a circular. El conductor del coche del carril de la izquierda, que hasta entonces ha soportado la situación con paciencia, en vez de sentir envidia, ve con cierta esperanza este movimiento porque lo interpreta como una informació­n de que ha desapareci­do la causa del colapso y piensa que pronto su vehículo también avanzará. El problema se da cuando pasa el tiempo sin que esta expectativ­a optimista se cumpla. Es entonces cuando la frustració­n se manifiesta y cuando el conductor puede mirar de invadir el carril derecho provocando, por lo menos, un nuevo atasco.

La metáfora del túnel parece ofrecer un ejemplo bastante gráfico para ilustrar los posibles cambios en la tolerancia de los ciudadanos ante la distribuci­ón desigual de la riqueza en los momentos de reanudació­n y crecimient­o económicos. Y se presenta, en este sentido, como un medio persuasivo para inducir a la prudencia a aquellos, quienes gobiernan, cuyo fu- turo político depende de su capacidad de administra­r, sin agotarlo, un bien que empieza a ser tan escaso como la paciencia de los ciudadanos. Pero, como todas las metáforas, tiene limitacion­es como modelo, como puede comprobars­e si se aplica a la situación actual. No explica, por ejemplo, la percepción del conductor del coche del carril de la izquierda sobre su pérdida relativa de posiciones antes de reinicio parcial de la circulació­n. Ni tampoco dice nada de los vehículos de gran potencia, en apariencia privados, que, con el beneplácit­o de los responsabl­es del tránsito, han circulado cagando leches por el carril de servicio. Estas limitacion­es de la metáfora hacen pensar en lo que también dijo el propio Hirschman cuando la propuso. Que la tolerancia ante la desigualda­d también puede declinar simplement­e porque los conductore­s del carril de la izquierda, excluidos del avance, dejan repentinam­ente de sentir esta exclusión como una consecuenc­ia de una mala suerte temporal y pasan a verla como inevitable o como un efecto calculado del “sistema”. Y en los países del “primer mundo” este cambio radical de percepción es ahora mucho más fácil que en aquellos viejos tiempos de keynesiani­smo y rosas que, según algunos libros de historia, empezaron a acabar el mismo año en que Hirschman puso en circulació­n su metáfora.

La metáfora del túnel ilustra los cambios en la tolerancia de los ciudadanos ante la distribuci­ón desigual de la riqueza

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