La Vanguardia

“Si quieren salvar Barcelona, hagan copias para los turistas”

Tengo 59 años: practico el funambulis­mo sobre sillas, porque el equilibrio físico mantiene el mental. Nací en el Trentino y enseño en la Toscana, en riesgo turístico. No abandonen zonas de Barcelona como la Rambla a los turistas: así empezó el fin de Vene

- LLUÍS AMIGUET

Fue solución al subdesarro­llo y hoy es un problema: ¿qué ha pasado con el turismo? Que en la Tierra ya vivimos 8.000 millones de humanos y, por primera vez en la historia, millones de personas contactan con otros millones. Es impresiona­nte, y a quien no le da mucho dinero le da algo de miedo.

Ya hubo migracione­s, deportacio­nes, movimiento­s masivos de personas... Pero el turismo no es ni necesidad ni imposición: no es obligatori­o, pero ya es gigantesco y debemos aprender a gestionarl­o.

¿Cómo? ¿Les cobramos más a los turistas para que vengan menos...? Para empezar, yo no dispararía al turista, porque todos lo hemos sido y lo somos en algún momento. Y lo seremos, porque el sistema nos quiere de vacaciones de vez en cuando para volver a producir enseguida.

Pero el turismo sin límites degrada la ciudad al tiempo que la encarece para los locales: ¿qué propone? De entrada, fijar la capacidad de carga de cada destino, y también la de Barcelona. A partir de ese número de visitantes, el turismo se vuelve insoportab­le tanto para los locales

como para los propios turistas, que son los primeros en agradecer esos límites.

¿Y cómo disuadimos a los que sobran? Para poder preservar alguna cueva prehistóri­ca se ha cerrado la auténtica y se ha recreado una copia exacta para el turismo masivo. Es una alternativ­a interesant­e.

Aquí tenemos el Poble Espanyol: copia para turistas que hoy ya es original. En Florencia se estudian réplicas parecidas para los turistas que van a llegar por millones de China y Asia y que culturalme­nte no valoran tanto la originalid­ad.

El arte siempre fue un plagio original. Pondríamos cerca de los aeropuerto­s réplicas turísticas de las ciudades para que el original no se vuelva inhabitabl­e.

¿A Venecia ya la dan por perdida? Apenas le quedan sesenta mil residentes entre centenares de miles de turistas. Se planea convertirl­a toda ella en un parque temático y cobrar la entrada al turista.

A lo mejor eso acaba disuadiénd­olos. Venecia, en efecto, ha sido víctima de su éxito turístico. Es un proceso que los antropólog­os tenemos muy estudiado: cómo los locales tratamos de preservar nuestra identidad entre la masa de turistas... Es Hayla reacciónsi­tios “de común guiris”de losa los localesque no que vas. habitan destinos turísticos masivos: abandonan áreas enteras de la ciudad –los llamamos sacrificia­l sites– al turismo. Sacrifican parte de su entorno, poco a poco, para poder concentrar­se en seguir llevando su modo de vida en las áreas no turísticas.

Aquí en la Rambla o en áreas de Sagrada Família ya hay más turistas que barcelones­es: ¿es apartheid cultural? Es indeseable y, por paradójico que le parezca, lo es sobre todo para los locales que crean que preservará­n su identidad aislándose de los turistas...

¿Por qué? Porque la cultura que no se da se pierde: desaparece. La cultura que se encierra en sí misma acaba por asfixiarse. El turismo bien gestionado no sólo es una industria limpia y rentable, también es una oportunida­d de comunicaci­ón para las culturas, y en especial las más pequeñas y aisladas.

Otro antropólog­o, Marc Augé, advertía aquí de que el turismo masivo banaliza ciudades y multiplica los “no lugares”: sitios sin identidad, como los grandes aeropuerto­s, donde nada significa nada. Conozco la teoría de Augé, pero ha sido muy criticada, porque incluso en una estación, un aeropuerto o una gran autopista hay relaciones humanas y alguien los frecuenta a diario y los convierte en sus lugares: allí también hay cambios de identidad y surgen historias. Los “no lugares” lo son porque, efectivame­nte, no existen.

¿Nos acostumbra­remos al turismo de millones de turistas? Nos estamos acostumbra­ndo ya, y es que el turismo es tan antiguo como el hombre: las caracolas halladas en yacimiento­s prehistóri­cos las trajo un viajero para demostrar a todo el clan que había visto el mar.

Souvenirs prehistóri­cos...

Igual que la Pecten jacobaeus, o vieira del camino de Santiago, lo era medieval. Durante siglos, el viaje fue una experienci­a espiritual y de conocimien­to reservada a los elegidos, que adquirían estatus al realizarlo; igual que lo ganaban los peregrinos que iban a los lugares sagrados de todas las religiones.

Ahora son peregrinaj­es low cost. La religión posmoderna del productivi­smo, junto con la industrial­ización y las megaurbes, exige también una peregrinac­ión anual: las vacaciones. Solemos buscar en ellas –al cabo, somos primates– la naturaleza, el paraíso perdido, para volver al deber productivo con energía renovada.

Volver moreno es el souvenir que acredita a un trabajador responsabl­e. Son rituales: van variando de forma, pero mantienen estructura­s milenarias. Por eso creo que también nos acostumbra­remos al nuevo turismo de multitudes.

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MANÉ ESPINOSA

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