Primera revuelta euroescéptica contra Cameron
Los ministros quieren poder hacer campaña por la salida de la UE
Todavía es pronto para hablar de motín o sedición, pero en la Cámara de los Comunes soplan desde luego aires de revuelta. Y en concreto, de una revolución para levar el ancla que amarra al Reino Unido con la Unión Europea, y cambiarla por una cuerda cualquiera de tres al cuarto que reduciría la relación meramente al ámbito mercantil y se rompería con una tormenta cualquiera.
El primer debate parlamentario de la ley que convoca el referéndum sobre la permanencia o salida de la UE mostró la magnitud y la firme disposición del bloque euroescéptico radical, el que no se conforma con cambios cosméticos y algunas concesiones de Bruselas en temas como la inmigración, sino que Gran Bretaña sea formalmente eximida del objetivo de una “unión política cada vez mayor”. Ese grupo, muy motivado y bien organizado, cuenta con más de un centenar de diputados (algunos analistas sugieren que podrían incluso llegar a 200) y apunta a Cameron con una pistola. La mayoría absoluta del primer ministro es de sólo doce escaños, y con ella no puede hacer muchas florituras. Cualquier bamboleo puede hacer hundir el barco.
Y en los últimos días ha habido fuerte marejada en Downing Street, con tintes incluso de mar gruesa, porque Cameron insinuó que los miembros del gabinete tendrían que apoyar la posición oficial del Gobierno o dimitir. Semejante enunciado del principio de la responsabilidad colectiva aplicada al referéndum provocó un conato de rebelión a bordo, que obligó al líder conservador a dar marcha atrás y dejar las cosas mucho más confusas de lo que estaban. Su actual posición viene a ser que todos los ministros han de remar en la misma dirección (es decir, la suya) mientras transcurran las negociaciones para redefinir la relación de Londres con Europa, pero que una vez concluidas podrán hacer campaña (y votar) de la manera que quieran.
En el debate de los Comunes, y hablando en nombre de la administración, el secretario del Foreign Office, Philip Hammond, dijo que “la legitimidad democrática de los vínculos británicos con la UE están cogidos con alfileres y es necesario renovarlos, porque a toda una generación se le ha negado el derecho de pronunciarse”. El Gobierno tory “exige” restricciones a los subsidios sociales que pueden percibir los inmigrantes, una demora en la aplicación del principio de libertad de movimiento a búlgaros y rumanos, devolución a Westminster de competencias que ha delegado en la UE, derecho de veto a las disposi-
Los enemigos de la UE aprovechan el primer debate de la ley que convoca la consulta para mostrar las uñas
ciones europeas y la derogación –por lo menos en lo que se refiere al Reino Unido– del objetivo de una “mayor unión política”.
“Millones de británicos han luchado y fallecido en las dos guerras mundiales en defensa de nuestro parlamento, no de un parlamento europeo, ni de la Comisión Europea, ni de los tribunales europeos”, proclamó a voz en grito el veterano euroescéptico Bill Cash. Su colega Owen Patterson, en esa misma línea, resumió la opinión de muchos al afirmar que “un mercado único sí, pero ahí se debe acabar la cosa”. En dirección contraria, el exministro Kenneth Clarke, líder del ala eurófila tory, ridiculizó la postura euroescéptica de “antimoderna, e impropia de un mundo cada vez más interdependiente”, advirtiendo que el país “perderá poder e influencia globales si se encierra dentro de sus propias fronteras y se esconde detrás de las barreras desfasadas del nacionalismo”.