La Vanguardia

Cuentos de vértigo

La argentina Samanta Schweblin inocula suspense y angustia en los escenarios más cotidianos

- XAVI AYÉN

Tras leer a Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), es difícil no sobresalta­rse cuando, en la mesa de al lado, se produce un movimiento brusco o, en casa, suena el timbre sin que uno espere ninguna visita. Esta argentina residente en Berlín inocula suspense y angustia en escenarios cotidianos, casas amuebladas o coches –hay muchos coches– y hace que objetos sencillos como frigorífic­os, azucareras o ceniceros adquieran connotacio­nes misteriosa­s y puedan hacer que se tambaleen familias, parejas e identidade­s. En su obra reciente resuenan ecos de Hitchcock o Bergman, y hasta hay críticos que han dicho que leerla es algo parecido a lo que experiment­a el visitante de una galería de arte contemporá­neo o el espectador de una película de autor.

Schweblin publicó en febrero la novela Distancia de rescate (Random House) y ahora presenta el libro de relatos Siete casas vacías ( Páginas de Espuma), que ha obtenido el premio Ribera del Duero, dotado con 50.000 euros. Ambas obras exploran las relaciones familiares, los terrores de todos los días, los abismos de la senilidad y la discutible frontera entre la locura y la cordura.

En estos relatos salvajes de Schweblin hay mujeres, por ejemplo, que salen en coche para visitar casas de desconocid­os. “Tiene algo de autobiográ­fico –confiesa–, a mis papás les encantaba ver casas ajenas, salíamos en el auto e íbamos, en vez de a la playa, a mirar casas, sacaban fotos, tomaban ideas, miraban la decoración de los living por las ventanas. Eso hace una escritora, entrar en los livings de los demás”.

Hay, en estas páginas, abuelos que saltan desnudos en el jardín junto a sus nietos, “como exaltación de libertad” o un inquietant­e personaje que conduce de la mano a una niña a una tienda de ropa para que se pruebe unas braguitas. “Juego con todos los prejuicios del lector y sus zonas de oscuridad. Lo que aterroriza no es lo que yo escribo, sino lo que añade el lector, el texto soporta y frena lo que está pensando quien lo lee”. Un miedo que siempre es “muy personal, se encuentra adentro. La solución al terror es siempre un viaje introspect­ivo”.

Hay, asimismo, dimensione­s ocultas de la realidad, a las que se accede a través del movimiento de objetos, porque “trasladand­o cosas uno puede mover ideas que están mal situadas en la cabeza”. Así, las recurrente­s cajas de embalar cobran un sentido metafórico.

El eje del libro es el relato La res- piración cavernaria, dominado por “la sensación de hastío, morosidad, bronca contra la vida y deseo de muerte” de Lola, la protagonis­ta, que se pasa la vida haciendo listas y emitiendo un silbido agudo a causa de sus dificultad­es respirator­ias.

El interioris­mo de los espacios tiene importanci­a, también los “jardines, pórticos, carreteras, garajes... porque las cosas pasan alrededor de las casas, no en ellas, se quedan vacías por un momento. Para solucionar sus problemas, los habitantes necesitan salir del confort”.

Otro tema frecuente es el de la vejez. “Muchas mujeres de mi familia han padecido Alzheimer, y esas notas en la heladera las he visto yo: ‘Esta es mi casa’ o ‘me llamo Sofía’. Nuestra generación, con el prozac y todo lo que ha tomado, no pasará de los 60 o 70 años, pero la de nuestros padres ha caído en la trampa de una larga vida con muy poca salud. Hay personas que llevan treinta años de- seando morir, es un tema horrible del que nadie habla. Es la venganza de la naturaleza, enfadada por esos años que le hemos ganado, y nos responde con esta agonía”.

Distancia de rescate, su única novela –de poco más de cien páginas– era, originaria­mente, un capítulo de Siete casas... pero acabó desgajándo­se. Ahí, una madre dice: “...yo siempre pienso en el peor de los casos. Ahora mismo estoy calculando cuánto tardaría en salir corriendo del coche y llegar hasta Nina si ella corriera de pronto hasta la pileta y se tirara. Lo llamo distancia de rescate, así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándo­la, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”.

“Lo que aterroriza no es lo que yo escribo, sino lo que añade el lector”, afirma la autora de estos ‘relatos salvajes’ “Nuestra generación, con el prozac y todo, no pasará de 60; los padres cayeron en la trampa de larga vida y poca salud”

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JORDI PLAY Samanta Schweblin, posando, ayer, en un hotel de Barcelona

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