La Vanguardia

Viñas a prueba de fuego

El incendio del Priorat arrasa el bosque de la finca icono de Mas Martinet

- SARA SANS

Durante veinte años, Sara Pérez y su familia pusieron todo su empeño, trabajo, tenacidad y talento en la finca L’Escurçó. Las apenas dos hectáreas de garnacha en un recóndito coster del Priorat rodeado por un bosque de más de cien años –y por las que nadie daba un duro– se convirtier­on en pequeño gran tesoro donde gobernaban las leyes del equilibrio natural. Agroecolog­ía hasta las últimas consecuenc­ias para expresar un paisaje único en cada copa del vino L’Escurçó, una de las joyas de la bodega familiar, Mas Martinet, y para los paladares más selectos. El martes, dos rayos provocaron un incendio en este coster que en cuatro horas quemó 24 hectáreas y que ha reducido parte de las viñas y el bosque que las rodea a cenizas.

La naturaleza impuso su ley. Las llamas borraron en una tarde lo que costó 120 años crecer: el bosque de pino y encinas y las plantas y flores que con ahínco la enóloga cuidó durante dos décadas para que los insectos encontrara­n su espacio y regularan las plagas. Así recuperaro­n viñedos de antes de la filoxera y lograron un equilibrio perfecto para un vino único. Hasta ayer.

Sara Pérez da por perdida la cosecha de la finca L’Escurçó y de la finca vecina, Serra Alta, aunque no todas las viñas han resultado afectadas. Es mas, actuaron de cortafuego. Por el empinado camino de acceso, en cuyo mantenimie­nto también ha invertido la familia, pasaron los 31 vehículos de los bomberos. Los tres helicópter­os –además de los cuatro hidroavion­es– que participar­on en la extinción del incendio cogían el agua de las dos balsas de la finca. Sin ese camino y sin esa agua y sin la entrega de los bomberos, “el incendio podría haber sido mucho peor”, se consuela Sara. El acceso a los costers vecinos es casi imposible por tierra.

Se levantó garbinada, el aire era muy caliente, la humedad baja y las plantas y árboles estaban muy secos. Aquello era un polvorín y las llamas saltaban de un lado a otro. A Sara la obligaron a irse de allí. Pero desde la vertiente de la montaña de enfrente, vio como el bosque de L’Escurçó se consumía. Vio como en cuatro horas se transforma­ba un paisaje centenario. Vio como la piedra del Priorat conquistab­a la superficie.

“No he calculado cuánto dinero hemos perdido –el trabajo y las horas allí invertidas son incuantifi­cables y a ello hay que añadir la uva que no cosechará o la instalació­n de riego calcinada–, lo que me duele es que el paisaje forma parte de esa particular expresión del vino y hemos retrocedid­o 120 años”, afirma Sara. Ayer por la mañana, todavía con el olor a quemado en el cuerpo y mientras siete camiones de los bomberos remojaban la zona, lo primero que hizo esta bióloga y enóloga fue contactar con el director del Máster en Agricultur­a Agroecológ­ica de la UB. Ya ha localizado el mejor equipo especializ­ado para acelerar la restauraci­ón del paisaje, “para empezar a trabajar cuanto antes”, dice. Ella sabe bien que la naturaleza tiene sus tempos –a veces devastador­es– y que aquel equilibrio se ha convertido en cenizas, pero no tira la toalla. Es marca de la casa Mas Martinet, que creó su padre, Josep Lluís Pérez, un visionario de la potenciali­dad de la comarca. Ella forma parte de la segunda generación de viticultor­es, los que mantienen el Priorat en lo más alto del mapa vinícola mundial.

Ayer, con el olor de quemado en el cuerpo, Sara Pérez contactó con especialis­tas en restauraci­ón del paisaje

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La finca L’Escurçó actuó de cortafuego, pero las llamas arrasaron 24 hectáreas, una de ellas de viñas

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