La Vanguardia

Bombardeo aéreo o guerra total

- LLUÍS PERMANYER

Es esta una imagen de los bombardeos terribles que soportaron los aterroriza­dos barcelones­es. Se trataba de eso: atacar a la población civil, indefensa, para estudiar sus reacciones y ver cómo lo encajaba. Todo era un preludio de la guerra mundial. De ahí que las aviaciones nazi y fascista ya prepararan los bombardeos masivos contra las ciudades, para destruir la moral de resistenci­a.

A este respecto es altamente indicativo el hecho de haber incorporad­o a los cazabombar­deros Stuka una sirena, que comenzaba a emitir aquel sonido estremeced­or precisamen­te cuando se lanzaba en picado para atacar un blanco concreto; quedaba claro que al poder destructiv­o físico se incorporab­a otra arma más: la psicológic­a.

Gernika padeció el bombardeo durante unas horas. Barcelona lo padeció de forma repetida; los peores ataques fueron durante 1938.

El Eixample fue atacado con saña, pese a que no suponía en modo alguno una zona estratégic­a que destruir.

La imagen de esta casa sólo medio hundida me hace recordar lo que me contaban en casa, pues yo no lo había padecido, al haber nacido en septiembre del 39.

La familia vivía en un piso de la calle Roger de Llúria, contigua al hotel Ritz. Mi padre y mi hermano soportaban con un cierto estoicismo los ataques aéreos; mi madre, no. Cuando se produjo el primero, al comienzo de la contienda, optaron por dirigirse al refugio del mencionado hotel. Descubrier­on con alarma que no se trataba de un refugio, sino de un simple subterráne­o, que no ofrecía el menor abrigo: una ratonera.

Optaron entonces por subir al terrado con el fin de verlos venir y actuar: sabían a qué atenerse y así pasaban menos temor. Observaban el itinerario de ataque de aquel día, y según el perfil que adquiría podían sentirse más tranquilos. El día que estalló el camión cargado de explosivos en Balmes-Gran Via, el 17 de marzo del 38, la onda expansiva les abrió de estampida las ventanas del piso.

Durante aquellas terribles jornadas apocalípti­cas de marzo, 16, 17 y 18, una bomba les cayó al lado: derrumbó la mitad de la casa de la calle Casp 33. Al haber permanecid­o en pie la otra mitad, a través del patio interior de manzana descubrier­on el desenlace dantesco: una parte de la familia a salvo lloraba la muerte del resto, sepultada bajo los escombros.

Semejante escena se les antojó tan apocalípti­ca, que tomaron medidas: cada vez que sonaba la alarma aérea, mi padre, mi madre, mi hermano y la sirvienta se reunían en el centro del piso, el recibidor, y permanecía­n abrazados hasta que concluía el ataque, para que en caso de impacto, se los llevara a todos juntos.

Las aviaciones de Hitler y Mussolini ensayaron en Barcelona el efecto contra la población

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Media casa del Eixample, destruida por la bomba
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