India se reapropia del yoga
Los colaboradores de Gandhi se lamentaban de que mantenerlo en la pobreza costaba una fortuna. Una paradoja semejante se dio ayer en Nueva Delhi cuando, para escenificar la paz y armonía universal a través del yoga, hubo que echar mano del ejército y desplegar a 7.000 agentes de seguridad, así como cerrar el espacio aéreo, ante los avisos de un posible atentado desde el aire. El primer ministro Narendra Modi, completamente rodeado de chicas –más atrás había niños– no se limitó a pronunciar unas palabras, sino que ejecutó con solvencia la mayor parte de las 21 asanas o posturas de yoga con que contaba el programa. Junto a él –vegetariano, abstemio y célibe– más de treinta mil indios intentaban batir un récord Guinness: el de la clase de yoga más multitudinaria.
La gran mayoría de los participantes –despreciados por las cámaras– eran funcionarios de los ministerios circundantes y alumnos de escuelas seleccionadas. Cientos de auténticos aficionados al yoga, sin invita- ción, no consiguieron siquiera pasar el primer cordón de seguridad.
Más allá del Guinness, lo que India se juega es volver a hacer suya una disciplina de raíces autóctonas –aunque con ramas americanas– que era completamente marginal hasta hace muy pocas décadas, antes de regresar con un envoltorio más seductor para las clases acomodadas indias. Para Modi, además, supone un ejercicio de relaciones públicas que dulcifica las aristas de su pasado.
El líder nacionalista indio tuvo el acierto, en su primera intervención en la Asamblea de Naciones Unidas, de proponer un día internacional del Yoga, aprobado dos meses más tarde. Casi al mismo tiempo, Modi elevaba a la categoría de ministerio el departamento de Yoga y medicinas alternativas. Ayer, 21 de junio, más de 250 ciudades extranjeras se unían a India en la celebración.
Todo salió a pedir de boca, pese a que pocas horas antes había cundido el pánico cuando las más de treinta mil esterillas –para más inri, Made in China– salieron volan- do por un golpe de viento y se optó por llamar al ejército para que las volviera a colocar contrarreloj. A causa del calor, la clase, de treinta y cinco minutos, no podía empezar después de las siete de la mañana.
En el resto de India, la celebración fue igualmente militarizada y multitud de regimientos –algunos de ellos en zonas disputadas– así como un millón de cadetes del NCC –un cuerpo paramilitar juvenil– adoptaron la postura del loto para sumar efectivos a la causa.
Aunque Rajpath es la avenida propia de los desfiles militares, ayer Narendra Modi, con un pañuelo con los colores de la bandera india, aseveraba: “No estamos celebrando un día sino adiestrando la mente humana para empezar una nueva era de paz, en beneficio de la humanidad, de un mundo libre de tensiones y para difundir un mensaje de armonía”.
India quiere reapropiarse del yoga y cualquier gasto es poco. Estos días los móviles son martilleados a diario con mensajes de promoción del yoga pagados por el ministerio del ramo. Sin embargo, la armonía dista mucho de ser total. Algunos grupos islámicos se oponen a introducir el yoga en las escuelas porque consideran idólatra el Surya Namaskar o Saludo al Sol con que se inicia una sesión. No ayer, en que participaron varios musulmanes, libres de no pronunciar el mantra sagrado, om.
En cualquier caso, el partido del Congreso, en la oposición, está desesperado ante la habilidad mediática de Modi, ya demostrada con la campaña Limpia India. De poco les sirve recordar que, antes que él, todos los primeros ministros –excepto Manmohan Singh– practicaban yoga. Y pocos les escuchan cuando argumentan que Modi en realidad ha recortado el gasto en yoga, como ha hecho en sanidad y educación. En Bhopal, donde gobierna el BJP, se han construido siete centros de yoga para rehabilitación de afectados por la catástrofe de Union Carbide, pero sólo funciona uno.
Más de 30.000 yoguis esperan haber batido el récord Guinness de asistencia a una clase