Los otros espectadores
La mayoría de los espectadores vamos al cine a ver películas. Pero, desde que el cine es cine, hay algunos otros a quienes las películas les importan un bledo. Para ellos lo verdaderamente interesante sucede en el patio de butacas: ¿hay asientos vacíos?, ¿cuántas entradas se han vendido?, ¿qué actores atraen más público?
Estos espectadores de los espectadores están a sueldo de la industria. Al principio su trabajo se limitaba a confirmar lo obvio (el sexo vende más que la castidad, etcétera). Pero a medida que sus métodos se han ido refinando y que han aprendido a rastrear las huellas digitales de millones de personas, cada vez se les pide que contesten más preguntas y con más exactitud. A cualquier productor que vaya a invertir un dineral le encanta tener encima de la mesa un grueso informe sobre el que descargar el peso de su decisión.
Los recolectores de big data pueden describir con fino detalle cada sub-sub-subsegmento del público potencial y, según dicen últimamente, hasta pueden predecir qué es lo que nos va a gustar. Han dado con la piedra filosofal.
Dejando de lado el miedo orwelliano que despierta tanto control, hay que reconocer que se podría hacer algo positivo con toda esta información. El cine, al fin y al cabo, es una forma de comunicarse. Dar herramientas para que el público se exprese y pueda entablar una conversación con los creadores debería, en principio, alegrarnos.
Por desgracia, es dudoso que los moderadores de este diálogo vayan a ser demasiado imparciales. Para las grandes corporaciones, lo más digno de aplauso en una película es que tenga un número verde muy grande al final de su cuenta de resultados. Desde esta perspectiva, el big data probablemente se utilice como un simple libro de recetas para fabricar hits. O lo que es lo mismo, como cárcel en la que encerrar cualquier idea demasiado original.
Esperemos que no sea así. No hace falta mucho big data para justificar una nueva película sobre dinosaurios u otro giro de guión en el minuto 85 “porque esto es lo que funciona”. Aunque parezca contradictorio, más deseable sería utilizar la nueva ciencia para combatir la sumisión a la dictadura del audímetro. El Film Institute del Lincoln Center, por ejemplo, concentra su inversión publicitaria en las actividades que hacen menos ruido en sus redes sociales, porque saben que las otras ya se cuidan solitas. Quizás esto atente contra los principios del marketing, pero por lo menos apuesta por hacernos a todos un poco más inteligentes.
A todo productor le encanta tener sobre la mesa un grueso informe sobre el que descargar su decisión