La Vanguardia

Sistemas de votación

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Este verano del quince será el de la doble precampaña electoral: para Catalunya y España, o para el Parlament y el Congreso, aunque ninguna de las dos elecciones haya sido formalment­e convocada aún. La tensión de estos últimos años ha vuelto a poner en primer plano el ejercicio del voto, protagonis­ta de los primeros tiempos de la transición. Este sábado en Canet Josep Maria Mainat podría recuperar aquella vieja canción de la Trinca que jugaba con todos los dobles sentidos sexuales posibles de introducir el voto en la urna. Desde el 9-N votar vuelve a ser sexy y tal vez todo lo que ha venido después se puede explicar como una serie de ataques de cuernos encadenado­s, a cada lado de la catalanitu­d, la españolida­d, la españolitu­d y la catalanida­d. La urna deviene fetiche, tal como pudimos ver en la urnita de cartón blanco modelo 9-N que Joana Ortega regaló a Neus Munté en la ceremonia de traspaso de poderes vicepresid­enciales. Los partidos asambleari­os se hartan de votar a mano alzada (o a puño alzado, si se da el caso) y los parlamenta­rios han desarrolla­do una gran destreza tocando los botones de su escaño para decir que sí, que no o abstenerse a cada votación.

Pero hay otros métodos de votar. Cuando, de niño, visitaba la cartuja de Montalegre, mi tío me enseñaba un saco que llenaban con bolitas blancas o negras cuando a los novicios les llegaba el momento de los votos temporales. La comunidad votaba su aceptación secretamen­te y llenaba el saco de bolas. Los aspirantes tenían que conseguir la unanimidad, porque si salía una sola bola negra ya no valía. Esta tarde en Monistrol de Montserrat descubriré otro sistema de aprobación. Se conserva el baile del Bo-Bo, que consta del contrapàs, una de las danzas catalanas más antiguas, un paseo galante, un punteo de vaivén y, finalmente, una sardana saltada. Dirige el Bo-Bo el Porrer (de porra, o Macer, de maza) y lo preparan unos administra­dores elegidos anualmente por el pueblo en una ceremonia que conduce un moderador que recibe el nombre de Credencer. Este los anuncia en voz alta uno por uno y tras pronunciar su nombre pregunta: “És bo?”. Si el pueblo aprueba el elegido para el cargo, responde: “Bo”. Si, por el contrario, lo desaprueba, grita “Pega!” (entiendo que en el sentido que ve alguna pega, no que incite a pegarle). Dicen los monistrole­nses que no tienen constancia de que nunca se haya desaprobad­o a ninguno de los administra­dores elegidos, y que por eso el baile se llama del Bo-Bo.

Eso es porque no han intentado aplicar el sistema a las elecciones políticas. Cuando los administra­dores no son de un baile sino de la función pública siempre estamos de pega.

Anuncia a los candidatos en voz alta uno por uno y tras pronunciar su nombre pregunta: “És bo?”

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