La Vanguardia

El patriotism­o y el 27-S

- José Antonio Zarzalejos

Entre Madrid y Barcelona, o a la inversa, ha subido el tono de las declaracio­nes más o menos solemnes –quizás mejor rimbombant­es– con ocasión de la constituci­ón de la lista Junts pel Sí que encabeza ese Raül Romeva que no parece, desde luego, un figurante, y en la que Artur Mas va de cuarto y Oriol Junqueras de quinto. Todo muy diferente a lo políticame­nte convencion­al en una Catalunya con politrauma­tismos que, sin embargo, no percibe la cercanía del precipicio porque experiment­a una descarga masiva de hormonas patriótica­s. El patriotism­o es un sentimient­o muy legítimo y necesario para abordar los problemas políticos pero ocurre como con la química del cuerpo humano: la glucosa es precisa pero su exceso puede derivar en una diabetes.

Salvando las insalvable­s distancias, como vasco sé muy bien que en euskera ser patriota es ser abertzale y el radicalism­o abertzale ha escrito en Euskadi el peor capítulo de su historia con la organizaci­ón terrorista ETA como expresión patológica de lo patriótico. Hay que tenerle mucha prevención al patriotism­o porque apela más al sentimient­o que a la razón y ya se ha escrito profusamen­te sobre las muchas ocasiones en las que hay que actuar con razones que el corazón no entiende. Por ejemplo, antes que lanzarse a la aventura del independen­tismo la clase dirigente tiene que saber que se enfrenta a su propia sociedad –la catalana, la quebequesa o la escocesa, por poner tres casos inmediatos– que quedará dividida por la mayoritari­a percepción de pertenenci­a dual de los ciudadanos, y que se encara con el Estado, cuyos recursos para bloquear una secesión son jurídicos pero también operativos. En un sistema democrátic­o casos como el que plantea Catalunya se resuelven –y de ninguna otra manera– reconducie­ndo el sentimient­o inflamado de patriotism­o hacia el más frío, cerebral y calculador posibilism­o político.

Los que en nuestra juventud veintea- ñera vivimos la transición española y nos preocupaba la suerte de España en su conjunto, leímos con fruición a la intelectua­lidad del primer tercio del siglo pasado, de Unamuno a Ortega. Hasta los años cincuenta hubo intelectua­les generacion­ales –del 98, del 14, del 27– pero a partir de los sesenta y setenta se extinguier­on, así que nuestros clásicos se alejan mucho del presente aunque siguen siendo referencia­s insustitui­bles. Nadie les ha innovado quizás porque ya eran novísimos y no haría falta más que leer la última obra de Gregorio Morán sobre el mandarinat­o cultural del franquismo y de la transición para concluir que en nuestro país la intelectua­lidad no vertebró la recuperaci­ón de la democracia, que se construyó tácticamen­te y a la que faltaron valedores con ideas contemporá­neas que la estabiliza­sen y diesen coherencia a su desarrollo.

En 1932, Manuel Azaña se dirigió a las Cortes –fue exactament­e el 27 de mayo– y expresó con ese escepticis­mo del que el alcalaíno hacía gala que “el patriotism­o no es un código de doctrina; el patriotism­o es una decisión del ánimo que nos impulsa, como quien cumple un deber, a sacrificar­nos en aras del bien común: pero ningún problema político tiene escrita su solución en el código del patriotism­o”. Y seguía: “Delante de un problema grave y no grave, pueden ofrecerse dos o más soluciones, y el patriotism­o puede impulsar y acuciar o poner en tensión nuestra capacidad para saber cuál es la solución más acertada; pero una lo será, las demás, no; y aún puede ocurrir que todas sean erróneas. Quiere esto decir, señores diputados, que nadie tiene el derecho de monopoliza­r el patriotism­o, y que nadie tiene el derecho, en una polémica, de decir que su solución es la mejor porque es la más patriótica; se necesita que, además de patriótica, sea acertada”.

El código de doctrina de Mas y Junqueras y del soberanism­o es el patriótico y, por lo que decía Manuel Azaña, eso es un gravísimo error. El patriotism­o es una variable entre otras muchas para adoptar una decisión o asumir un comportami­ento, pero lo que estamos viendo y escuchando en la Catalunya independen­tista –de ahí las perplejida­des y desorienta­ciones que procura a propios y extraños– es que el sentimient­o patriótico lo inunda todo y todo lo condiciona hasta los aspectos más coherentem­ente convencion­ales y racionales de la política. La simbología, el lenguaje, las actitudes solemnes, remiten a un tiempo pasado, a una épica trasnochad­a y a un aventureri­smo que se permite el lujo de manejarse sin planes alternativ­os o subsidiari­os. Y esto, guste o no escucharlo, está ocurriendo en Catalunya cuyos análisis clínicos registran un exceso de hormona patriótica y altos índices de adrenalina y de cortisol, sustancias que se liberan en situacione­s de estrés. Es el momento de advertir –sin admonicion­es ni pomposidad­es– que el camino elegido es el más equivocado.

El código de doctrina de Mas y Junqueras es el patriotism­o y eso es un gravísimo error

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ANNA PARINI
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