La Vanguardia

Un tranvía llamado deseo

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Aveces Barcelona tiene algo de opereta, género musical surgido a finales del XIX que se caracteriz­a por sus tramas inverosími­les y disparatad­as. La alcaldesa Ada Colau se puso su mejor sonrisa para visitar al president Artur Mas y consiguió que este apoyara la iniciativa de conectar el Trambaix y el Trambesòs por la Diagonal. El resultado de este anuncio causó estupor en las filas del grupo municipal de CiU en la capital catalana por dos razones de cajón: porque los barcelones­es mediante referéndum rechazaron la idea durante el mandato de Jordi Hereu y porque, además, el equipo de Xavier Trias descartó esta opción tras los correspond­ientes estudios de viabilidad antes de llevar a cabo la reforma de la Diagonal.

Volver a poner patas para arriba la Diagonal produce pereza, aunque sobre todo resulta un sinsentido. Es posible que despanzurr­ar la elegante avenida barcelones­a sea para el equipo de gobierno del Consistori­o lo más parecido a una victoria popular, pero requiere replantear la movilidad –e invertir cerca de 200 millones– cuando la red ortogonal de autobuses funciona a plena satisfacci­ón. La idea de Colau, tal como declaró en una entrevista a este diario, es que la unión no conlleve cambios en las aceras ni comporte la supresión de árboles, lo que equivale a decir que supondrá reducir aún más el paso de vehículos por esta arteria, que en algunos tramos está literalmen­te al límite.

Resulta descorazon­ador que cada nuevo equipo municipal tenga una solución propia para cada asunto que concierne a la ciudad, lo cual supone malgastar esfuerzos y dinero. La opereta podría llamarse Un tranvía llamado deseo si no fuera que es el título de una novela de Tennessee Williams. Como Blanche, su protagonis­ta, los barcelones­es podríamos declarar: “Siempre dependemos de la amabilidad de los extraños”.

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