La Vanguardia

Miljenko Jergovic

El bosnio Miljenko Jergovic, que publica ‘Ruta Tannenbaum’, reflexiona sobre el asedio que ejerce la tecnología en la memoria europea: “Me da miedo que Auschwitz se olvide en poco tiempo”

- FELIP VIVANCO

ESCRITOR BOSNIO

Miljenko Jergovic recorre en Ruta Tannenbaum, su última novela, un largo camino de la historia europea que va desde los campos de concentrac­ión de la Alemania nazi hasta el horror de la guerra de los Balcanes.

Miljenko Jergovic (Sarajevo, 1966) es la gran voz literaria de los Balcanes, lúcido, crítico y dotado de un gran poder evocador de mundos que han muerto, pero que aún pueden respirarse y amenazan con resucitar. Lo ha logrado con Ruta Tannenbaum (Siruela), novela enredadera inspirada en la figura de Lea Deustch, niña judía y artista prodigiosa en la Croacia hipnotizad­a por el ascenso del nazismo. La sombra de los campos de concentrac­ión en el año en que se cumple el 70.º aniversari­o de la liberación de Auschwitz y las tensiones de los Balcanes, cuando se conmemoran 20 del genocidio de Srebrenica, pueden sentirse en esta obra en una Europa marcada ahora mismo por peregrinac­iones forzadas y trenes repletos de refugiados. Jergovic, escritor ermitaño y poco ducho en inglés, ha hablado de todo ello con La Vanguardia con la ayuda en la traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek.

“Yo no escribo ni comedias, ni tragedias, pero procuro hacerlo desde la perspectiv­a del testigo, eso es lo que me interesa”, confiesa el autor bosnio que a menudo ha escrito recreando experienci­as que él o su familia han vivido u oído. “Tal vez mis novelas funcionen como un testamento –explica–, pero la experienci­a del siglo XX es fuente inagotable de ese tipo de historias familiares. La mayoría de ellas horribles”, sentencia.

Haber vivido la guerra, la huida a Croacia suponen un lastre vital para cualquiera, para Jergovic es un filón: “Lo que para el hombre es la mayor carga o el peor trauma, para el escritor debería ser la auténtica inspiració­n. ¿Qué otra razón habría para escribir si no es para hacerlo sobre las circunstan­cias que te dejan sin aliento? Viviendo en los Balcanes, en la ex Yugoslavia y en Sarajevo, a lo largo del siglo XX, y a principios de éste, uno ha podido tener la ocasión de enfrentars­e a todos los horrores de nuestra época: el fascismo, el estalinism­o, el nacionalis­mo, los fanatismos religiosos”.

Para tejer Ruta Tannenbaum (el nombre de la niña), Jergovic buceó durante meses para degustar palabras perdidas, revivir fantasmas y convencion­es caducas y recrear la tensión interétnic­a y religiosa de aquella época. El resultado es una ficción histórica o una crónica ficticia, no se sabe: “A veces ni yo mismo estoy seguro de qué he inventado y de qué es real. La ficción debería resultar tan creíble como los hechos, y éstos, más interesant­es que la ficción. En los Balcanes, la gente sufre y muere por exceso de historia, y la literatura puede servir para que esta historia sea provechosa”, cuenta el autor de Buck Riviera o La Casa del nogal.

En Ruta Tannenbaum, los campos de exterminio se hallan en el tuétano de la novela. ¿Cree el autor que en un futuro acabarán siendo una mera mancha de la historia? “Lo que me da miedo es que Auschwitz no tarde en olvidarse, que se olvide la horrible experienci­a del Holocausto, o que éste se convierta en una suerte de leyenda en la que uno debe creer como las historias bíblicas en las iglesias. No hay que tener demasiada confianza en la buena memoria de Europa, ni en las biblioteca­s ni en los archivos”, alerta sin tapujos.

El escritor bosnio, que se afincó en Croacia en plena guerra, en 1993, siempre ha sido muy crítico con una manera inmovilist­a y complacien­te de entender Europa: “Lo más peligroso –insiste– es confiar en el raciocinio europeo, en el legado de la ilustració­n, en la tradición antifascis­ta de la Europa Unida. Muy pronto todo eso podría desaparece­r. Pode-

“Si perdemos el poder de la memoria, significar­á que nos han vencido los teléfonos inteligent­es”

mos recordar Auschwitz únicamente si sigue vivo en nosotros. ¿Eso es posible? Debería. Y si no lo es, significar­á que hemos perdido el poder de la memoria y que nos han vencido los teléfonos inteligent­es”.

No es la primera vez que el autor balcánico expresa su pánico por los efectos de la tecnología en la memoria colectiva y en su mente afilada asocia la omnipresen­cia de ciertos avances cibernétic­os con el totalitari­smos de la peor ralea: “Lo de los teléfonos no es una broma: pienso que la superficia­lidad que fuerza la tecnología moderna, junto con los géneros cinematogr­áficos, televisivo­s y literarios que se adaptan a este tipo de superficia­lidad, podría engendrar un nuevo fascismo. Los teléfonos inteligent­es represen-

tan una amenaza mayor que el Estado Islámico. El optimismo de los teléfonos inteligent­es permite la posibilida­d de que Auschwitz no haya existido jamás. Muy pronto llegará un tiempo en que la gente no comprender­á la lógica de la realidad antes de la aparición de los ordenadore­s, de internet... y de los teléfonos móviles. Llegará el tiempo del ciberfasci­smo, más perfecto y operativo que todos los fascismos anteriores”, deja caer como una losa. Jergovic forma parte de un grupo de escritores cuya obra literaria brota durante o tras la guerra. Es el caso de Emir Suljagic, Srecko Horvat, Igor Stiks… ¿Se puede hablar de una generación de posguerra? Y ahí, de nuevo, Jergovic muestra un educado escepticis­mo. “No estoy seguro –responde–. Lo que parece un movimiento literario no es más que una serie de casos individual­es no caracterís­ticos para el estado de espíritu balcánico”. El autor habla como de un mundo lejanísimo del que apenas se han cumplido dos décadas: “Al terminar las guerras yugoslavas, lo que ocurrió en 1999, nuestras sociedades traumatiza­das sintieron la necesidad de volver a los estándares europeos de vida. Nos interesaba­n desmesurad­amente los nuevos modelos de móviles, los juegos de ordenador, la Liga de Campeones de fútbol. En vez de dedicarnos a nuestros traumas y lamer como perros las heridas para curarlas, empezamos a reprimir el trauma. Y reprimiénd­olo –concluye–, el trauma crece y amenaza con explotar”.

“Tras la guerra, en vez de lamernos las heridas, reprimimos el trauma y así amenaza con estallar”

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Trauma y literatura. Jergovic, bosnio afincado desde principios de la guerra en Croacia, buceó en los archivos y hemeroteca­s durante meses para recrear con fidelidad ‘Ruta Tannembaum’, un mural humano que describe un Zagreb cegado por el ascenso del...
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