Miljenko Jergovic
El bosnio Miljenko Jergovic, que publica ‘Ruta Tannenbaum’, reflexiona sobre el asedio que ejerce la tecnología en la memoria europea: “Me da miedo que Auschwitz se olvide en poco tiempo”
ESCRITOR BOSNIO
Miljenko Jergovic recorre en Ruta Tannenbaum, su última novela, un largo camino de la historia europea que va desde los campos de concentración de la Alemania nazi hasta el horror de la guerra de los Balcanes.
Miljenko Jergovic (Sarajevo, 1966) es la gran voz literaria de los Balcanes, lúcido, crítico y dotado de un gran poder evocador de mundos que han muerto, pero que aún pueden respirarse y amenazan con resucitar. Lo ha logrado con Ruta Tannenbaum (Siruela), novela enredadera inspirada en la figura de Lea Deustch, niña judía y artista prodigiosa en la Croacia hipnotizada por el ascenso del nazismo. La sombra de los campos de concentración en el año en que se cumple el 70.º aniversario de la liberación de Auschwitz y las tensiones de los Balcanes, cuando se conmemoran 20 del genocidio de Srebrenica, pueden sentirse en esta obra en una Europa marcada ahora mismo por peregrinaciones forzadas y trenes repletos de refugiados. Jergovic, escritor ermitaño y poco ducho en inglés, ha hablado de todo ello con La Vanguardia con la ayuda en la traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek.
“Yo no escribo ni comedias, ni tragedias, pero procuro hacerlo desde la perspectiva del testigo, eso es lo que me interesa”, confiesa el autor bosnio que a menudo ha escrito recreando experiencias que él o su familia han vivido u oído. “Tal vez mis novelas funcionen como un testamento –explica–, pero la experiencia del siglo XX es fuente inagotable de ese tipo de historias familiares. La mayoría de ellas horribles”, sentencia.
Haber vivido la guerra, la huida a Croacia suponen un lastre vital para cualquiera, para Jergovic es un filón: “Lo que para el hombre es la mayor carga o el peor trauma, para el escritor debería ser la auténtica inspiración. ¿Qué otra razón habría para escribir si no es para hacerlo sobre las circunstancias que te dejan sin aliento? Viviendo en los Balcanes, en la ex Yugoslavia y en Sarajevo, a lo largo del siglo XX, y a principios de éste, uno ha podido tener la ocasión de enfrentarse a todos los horrores de nuestra época: el fascismo, el estalinismo, el nacionalismo, los fanatismos religiosos”.
Para tejer Ruta Tannenbaum (el nombre de la niña), Jergovic buceó durante meses para degustar palabras perdidas, revivir fantasmas y convenciones caducas y recrear la tensión interétnica y religiosa de aquella época. El resultado es una ficción histórica o una crónica ficticia, no se sabe: “A veces ni yo mismo estoy seguro de qué he inventado y de qué es real. La ficción debería resultar tan creíble como los hechos, y éstos, más interesantes que la ficción. En los Balcanes, la gente sufre y muere por exceso de historia, y la literatura puede servir para que esta historia sea provechosa”, cuenta el autor de Buck Riviera o La Casa del nogal.
En Ruta Tannenbaum, los campos de exterminio se hallan en el tuétano de la novela. ¿Cree el autor que en un futuro acabarán siendo una mera mancha de la historia? “Lo que me da miedo es que Auschwitz no tarde en olvidarse, que se olvide la horrible experiencia del Holocausto, o que éste se convierta en una suerte de leyenda en la que uno debe creer como las historias bíblicas en las iglesias. No hay que tener demasiada confianza en la buena memoria de Europa, ni en las bibliotecas ni en los archivos”, alerta sin tapujos.
El escritor bosnio, que se afincó en Croacia en plena guerra, en 1993, siempre ha sido muy crítico con una manera inmovilista y complaciente de entender Europa: “Lo más peligroso –insiste– es confiar en el raciocinio europeo, en el legado de la ilustración, en la tradición antifascista de la Europa Unida. Muy pronto todo eso podría desaparecer. Pode-
“Si perdemos el poder de la memoria, significará que nos han vencido los teléfonos inteligentes”
mos recordar Auschwitz únicamente si sigue vivo en nosotros. ¿Eso es posible? Debería. Y si no lo es, significará que hemos perdido el poder de la memoria y que nos han vencido los teléfonos inteligentes”.
No es la primera vez que el autor balcánico expresa su pánico por los efectos de la tecnología en la memoria colectiva y en su mente afilada asocia la omnipresencia de ciertos avances cibernéticos con el totalitarismos de la peor ralea: “Lo de los teléfonos no es una broma: pienso que la superficialidad que fuerza la tecnología moderna, junto con los géneros cinematográficos, televisivos y literarios que se adaptan a este tipo de superficialidad, podría engendrar un nuevo fascismo. Los teléfonos inteligentes represen-
tan una amenaza mayor que el Estado Islámico. El optimismo de los teléfonos inteligentes permite la posibilidad de que Auschwitz no haya existido jamás. Muy pronto llegará un tiempo en que la gente no comprenderá la lógica de la realidad antes de la aparición de los ordenadores, de internet... y de los teléfonos móviles. Llegará el tiempo del ciberfascismo, más perfecto y operativo que todos los fascismos anteriores”, deja caer como una losa. Jergovic forma parte de un grupo de escritores cuya obra literaria brota durante o tras la guerra. Es el caso de Emir Suljagic, Srecko Horvat, Igor Stiks… ¿Se puede hablar de una generación de posguerra? Y ahí, de nuevo, Jergovic muestra un educado escepticismo. “No estoy seguro –responde–. Lo que parece un movimiento literario no es más que una serie de casos individuales no característicos para el estado de espíritu balcánico”. El autor habla como de un mundo lejanísimo del que apenas se han cumplido dos décadas: “Al terminar las guerras yugoslavas, lo que ocurrió en 1999, nuestras sociedades traumatizadas sintieron la necesidad de volver a los estándares europeos de vida. Nos interesaban desmesuradamente los nuevos modelos de móviles, los juegos de ordenador, la Liga de Campeones de fútbol. En vez de dedicarnos a nuestros traumas y lamer como perros las heridas para curarlas, empezamos a reprimir el trauma. Y reprimiéndolo –concluye–, el trauma crece y amenaza con explotar”.
“Tras la guerra, en vez de lamernos las heridas, reprimimos el trauma y así amenaza con estallar”