La Vanguardia

Huir o trabajar

- I. BURUMA, profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo del Bard College Copyright: Project Syndicate, 2015.

Ian Buruma alerta de la diferencia entre la inmigració­n que huye del conflicto, y aquella que viene buscando trabajo y mejores condicione­s de vida: “Cuando los funcionari­os británicos dijeron que era ‘claramente decepciona­nte’ que cerca de 300.000 personas llegaran a Gran Bretaña, más de las que la abandonaro­n en el 2014, no estaban hablando principalm­ente de los solicitant­es de asilo”.

Cuán conmovedor es aterrizar en Alemania, donde los aficionado­s al fútbol sostienen pancartas de bienvenida a los refugiados de la devastador­a guerra en Oriente Medio. Alemania es la nueva tierra prometida para los desesperad­os y oprimidos, los sobrevivie­ntes de la guerra y el pillaje.

Incluso los populistas tabloides alemanes están promoviend­o una voluntad de ayudar. Mientras los políticos en el Reino Unido y otros países se retuercen las manos y explican por qué incluso una afluencia relativame­nte menor de sirios, libios, iraquíes o eritreos supone un peligro letal para el tejido social de sus sociedades, “Mamá Merkel” prometió que Alemania no rechazaría a ningún refugiado.

Se espera que unos 800.000 refugiados entren en Alemania este año, mientras que el primer ministro británico, David Cameron, está montando un escándalo por menos de 30.000 solicitude­s de asilo y advirtiend­o sombríamen­te sobre “enjambres de gente” que cruzan el Mar del Norte. Y, a diferencia de Merkel, Cameron fue en parte responsabl­e de avivar una de las guerras (Libia) que hicieron la vida insoportab­le a millones de personas. No es de extrañar que Merkel quiera que otros países europeos acojan más refugiados bajo un sistema de cuotas obligatori­as.

De hecho, el Reino Unido es una sociedad más étnicament­e mixta, y en cierto modo más abierta que la de Alemania. Londres es incomparab­lemente más cosmopolit­a que Berlín o Frankfurt. Y, en general, Gran Bretaña se ha beneficiad­o enormement­e de la inmigració­n. De hecho, el Servicio Nacional de Salud ha advertido de que la aceptación de un menor número de inmigrante­s sería catastrófi­co, dejando a los hospitales británicos seriamente escasos de personal.

Acoger refugiados, o inmigrante­s, nunca ha sido una venta política fácil. A finales de la década de 1930, cuando los judíos en Alemania y Austria estaban en peligro de muerte, pocos países, incluidos los ricos Estados Unidos, estaban dispuestos a acoger más de un puñado de refugiados. Gran Bretaña asumió cerca de 10.000 niños judíos que vinieron en 1939, en el último minuto, pero sólo si tenían patrocinad­ores locales y dejó atrás a sus padres.

Decir que el estado de ánimo generoso en la Alemania de hoy tiene mucho que ver con el comportami­ento criminal de los alemanes en el pasado no es poner luz en él. El japonés también lleva una carga de crímenes históricos pero su actitud hacia los extranjero­s en peligro es mucho menos acogedora.

Pero el enfoque casi exclusivo de los políticos y los medios de comunicaci­ón en la crisis de los refugiados oculta asuntos de inmigració­n más amplios. Imágenes de las familias de refugiados a la deriva en el mar, a merced de traficante­s mafiosos, pueden inspirar fácilmente sentimient­os de piedad y compasión. Pero la mayoría de personas que cruzan las fronteras europeas en busca de trabajo y para construir una nueva vida no son refugiados.

Cuando los funcionari­os británicos dijeron que era “claramente decepciona­nte” que cerca de 300.000 personas llegaran a Gran Bretaña, más de las que la abandonaro­n en el 2014, no estaban hablando principalm­ente de los solicitant­es de asilo. La mayoría de estos recién llegados son de otros países de la UE, como Polonia, Rumanía y Bulgaria. Algunos entran como estudiante­s, y algunos vienen para encontrar trabajo. No vienen para salvar sus vi- das, sino para mejorarlas. Al agrupar los solicitant­es de asilo con los inmigrante­s económicos, estos últimos están desacredit­ados, como si estuvieran tratando de aprovechar­se de manera fraudulent­a.

En general se supone que los migrantes económicos, desde dentro o fuera de la UE, son principalm­ente gente pobre que quiere vivir del dinero de los impuestos de los relativame­nte ricos. Pero la mayoría de ellos no son gorrones. Quieren trabajar.

Los beneficios para los países de acogida son fáciles de ver: los migrantes económicos a menudo trabajan más por menos dinero que los nacionales. Esto segurament­e no es del interés de todos: señalar los beneficios de la mano de obra barata no va a persuadir a las personas cuyos salarios podrían ser socavados.

En el 2000, el canciller alemán Gerhard Schröder quería emitir visados de trabajo a cerca de 20.000 expertos de alta tecnología extranjero­s, muchos de ellos procedente­s de India. Alemania los necesitaba, pero Schröder encontró rápida oposición. Un político acuñó el lema “Kinder statt Inder” (niños en lugar de indios). Pero los alemanes, al igual que muchos otros ciudadanos de los países ricos, no están produciend­o suficiente­s niños. Estos países necesitan inmigrante­s con energía y habilidade­s para cubrir puestos de trabajo que los locales no pueden o no quieren coger. Esto no quiere decir que las fronteras deban abrirse a todo el mundo. La idea de Merkel de las cuotas relativas a los refugiados debe aplicarse también a los inmigrante­s económicos.

Hasta ahora la UE no ha llegado a una política coherente en materia de migración. Los ciudadanos de la UE pueden circular libremente dentro de la Unión. Pero la migración económica de los países no comunitari­os, en condicione­s cuidadosam­ente gestionada­s, es legítima e imperativa. No se debe a que los migrantes merezcan simpatía de los europeos, sino a que Europa los necesita. No será fácil. La mayoría de las personas parecen dejarse llevar más fácilmente por las emociones que por el cálculo frío de interés propio racional.

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JOSEP PULIDO

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