Lo han vuelto a hacer
Pensada para ser retransmitida por televisión y provocar un impacto globalizado, la Via Lliure se construye desde una diversidad humana cuantitativa y cualitativamente excepcional. A vista de helicóptero, la sincronización de los mosaicos produce una amalgama de tonalidades y formas que recuerda la eficacia del maoísmo gimnástico. A pie de calle, en cambio, cada píxel de color es una historia. Horas antes de la hora H, los asistentes estudian el trazado, conscientes de que esta Diada también será la de las ampollas en los pies, el golpe de calor o el bochorno traidor.
Inventario de estímulos ordenados a la manera de una canción de Joan Miquel Oliver. Estelades y picnics. Tiendas de petardos que venden camisetas. Polyklyns y una carnicería halal abierta. David Fernàndez delante de un concesionario Audi. Todos los acentos del catalán. Niños dormidos en cochecitos tuneados para rallies tan exigentes como este. Sillas de ruedas, muletas, bastones y bastones blancos que confirman que hay convicciones que no son ni banales ni frívolas. Punteros reconvertidos en abanicos, en sombreros y, finalmente, en punteros. Perros lisérgicos reflejados en la estructura marciana de los nuevos Encants. Uñas de pie pintadas. Mujeres para casarse y hombres para divorciarse. Tatuajes y sandalias. Pelo blanco, teñido y cabezas rapadas.
Ranking de aceptación de los candidatos que aparecen en la pantalla gigante de las Glòries: Rabell y Espadaler, discreta pitada; Arrimadas, pitos intensos; Baños, aplausos tibios; Soraya Sáenz de Santamaría, bronca tipo Piqué. En la pantalla del móvil de un joven risueño, las imágenes de Miquel Iceta practicando la Batiscafo socialista funky dance. El edificio del Disseny Hub se convierte en un oasis para encontrar zonas de sombras espaciosas y lavabos que no tardarán en colapsarse. Los voluntarios se multiplican, tanto como la gente que hace un rato hacía cola en la churrería Argiles, o en el bazar chino de Meridiana-València, que vende estelades king size y cartulinas para confeccionar punteros de última hora. En la Societat Ocellaire La Primitiva de Sant Martí hay un letrero que parece escrito por Ramón Gómez de la Serna: “Prohibido colgar pájaros en las perchas”.
Cuando, en el momento culminante del acto, el puntero gigante avanza hacia el escenario, mucha gente decide marcharse. Algunos tienen que soportar críticas y comentarios. “Encara no s’ha acabat!”, les dicen sin tener en cuenta que hay manifestantes que llevan cuatro horas aquí, negociando con niños y con ancianos extenuados. “Encara falten els discursos”, le reprochan a un padre que se va hacia el metro con dos hijos exangües. El padre, sonriente, suelta una respuesta digna de Aaron Sorkin: “El discurs som nosaltres”.
Gente. Más gente. Todavía más gente. Gente que llega cuando todo ha terminado porque el metro, saturado, no ha podido asimilar tanta gente. Están hechos polvo pero querían verlo. Que diga lo que quiera la Guardia Urbana. Que digan lo que quieran Twitter o los tertulianos de La Sexta. El poder de convocatoria del independentismo es supercalifragilisticespialidoso. Los que no somos independentistas podemos reaccionar de muchas maneras. Podemos engañarnos diciendo que son todos unos fanáticos adiestrados por la maldad de TV3, Catalunya Ràdio y RAC1. O podemos refugiarnos en la abyección aritmética y venenosa y afirmar que hay más catalanes ausentes que catalanes presentes. Pero eso no cambiará la realidad.
Cuando el puntero gigante avanza hacia el escenario, muchos asistentes deciden marcharse