Después de la manifestación
LAS últimas manifestaciones del Onze de Setembre han adquirido una dimensión tan multitudinaria como espectacular. Así es desde que, en el 2012, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) convocó en el paseo de Gràcia a los participantes en la Diada y logró reunir a un millón y medio. Si aquella fue una manifestación gigantesca, pero de formato convencional, en el 2013 se optó por un esquema mucho más vistoso: una cadena humana que cruzaba Catalunya de arriba abajo, a lo largo de 400 kilómetros. Acudieron 1,6 millones de personas. Y el año pasado, los manifestantes, uniformados para tejer una kilométrica senyera, formaron una uve descomunal con vértice en la confluencia de Diagonal y Gran Via, agrupando a 1,8 millones de personas, según cifras facilitadas, como las anteriores, por los organizadores.
El escenario elegido para la Diada de ayer fue la avenida Meridiana. Y la coreografía propuesta resultó, si cabe, más elaborada. Se trataba, en un recorrido jalonado de castells, bajo un oleaje de estelades, de trasladar una punta de flecha amarilla por el estrecho carril central de la Meridiana, desde Can Dragó hasta el parque de la Ciutadella. A medida que avanzaba esa flecha independentista, la multitud ocupaba y cerraba tras ella ese carril, imposibilitando la marcha atrás. El componente simbólico de la coreografía era, pues, palmario.
Desde que el Tribunal Constitucional tumbó el nuevo Estatut, Catalunya y el Estado viven tiempos de desencuentro. En los años pasados desde entonces se ha hecho muy poco por reconducir la situación. El quietismo exhibido por el Gobierno estatal ha sido decepcionante. Resulta paradójico tener que escribir esto de nuevo, en particular tras una manifestación como la de ayer, que demuestra, entre otras cosas, que la capacidad de movilización del independentismo se mantiene. Jordi Sánchez, presidente de la ANC, indicó al acabar la marcha que, esta vez, habían participado dos millones de personas (1,4 millones según la Guardia Urbana). Sea cual sea la cifra real, es obvio que no estamos hablando de la flor de un día. Estamos hablando de una planta vigorosa, que va orientándose hacia el maximalismo. Ya pretenden algunos, erróneamente, que la cultura del pacto, rasgo tradicional y definitorio de los catalanes, pertenece hoy al pasado.
Es cierto que la manifestación de ayer, por más que abundaran los mensajes integradores en sus parlamentos finales, no recoge el pluralismo de las convocatorias previas al 2012, en las que convivían las varias sensibilidades del catalanismo. Es cierto también que, en buena medida, dicha manifestación puede considerarse como el primer gran acto de campaña de la candidatura Junts pel Sí, que según todos los sondeos ganará las elecciones del 27-S. Pero, aun así, mirar hacia otro lado ante semejante concentración sería una insensatez. La multitud reunida en la Meridiana es una apelación directa a las responsabilidades del Estado. Sobre todo, si tenemos en cuenta que no son los reunidos ayer en la calle los únicos que desean otro tipo de relación de Catalunya con España. Ignorar esta realidad, y no digamos minimizarla o menospreciarla, sólo contribuirá a agrandar unas diferencias que ya son graves.
La manifestación de la Diada del 2015 pertenece ya a la historia. Ha sido una marcha de dimensiones importantes. Pero la convocatoria decisiva, a la que no debería faltar ninguno de los catalanes con derecho a voto, será la fijada para dentro de dos semanas: el 27-S.