El derecho a decidir
El derecho a decidir no sólo es necesario, también es saludable en una sociedad que tiende al inmovilismo porque teme equivocarse. “La ansiedad es el vértigo de la libertad”, apuntaba Kierkegaard. Si no arriesgas, no ganas y sólo puedes conformarte. Como dicen en casa: el no ya lo tienes.
Las películas americanas nos han enseñado que hasta la decisión más nimia puede cambiarte la vida; el amor iba en el tren equivocado. Por otro lado, caben años de lucha para lograr la emancipación ante opciones tan trascendentales como la de tener un hijo o un país. Sin ir más lejos, la ley del aborto se tambaleaba hasta hace tres días, cuando ya nadie contaba con que pudiéramos llegar a semejante retroceso. Cada mujer tiene que ser soberana de su cuerpo y su futuro, como los hombres lo son del suyo. Por otro lado, la mejor manera para saber si la mayoría de los catalanes quiere la independencia es a través de una consulta, y no de lo que diga el timeline de Twitter, las encuestas o los medios.
Una cosa es decidir sobre la propia maternidad sopesando los pros y los
Es el resultado de una movilización social que merece un respeto, y no amenazas
contras, calculando si puedes permitírtelo, respondiendo al tictac biológico, a la presión social o simplemente porque te apetece. Y otra, encontrarte embarazada de repente por culpa de un error de cálculo, o porque te han forzado. La situación es incómoda, puede ser traumática, quizá no harías lo mismo en otras circunstancias. Gracias a años de reivindicación, la ley está de tu parte, pero eso no evita que vayas a tomar una decisión difícil, esencial y, según cuál sea, estigmatizadora en algunos ámbitos. Si lo tienes claro, adelante. El problema es cuando te habría gustado tener un poco más de información, o habrías querido que el padre fuera otro, o haberlo hecho de otra manera.
Empieza la campaña electoral y estamos todos embarazados, tras una orgía política a la que nos lanzaron sin protección. Los que llevaban años buscando el bebé están viviendo su gran sueño. Los que viven un embarazo no deseado intentarán poner fin a su pesadilla. Luego están los del “ni sí, ni no, sino todo lo contrario” que, si pudieran, no votarían ni por el sí, ni por el no, sino por todo lo demás. Cuántas veces votaron ya tapándose la nariz. Dirán que la maternidad es una decisión individual y la independencia una petición colectiva, y que no pueden compararse. Pero aunque se instrumentalice políticamente y a veces se ejerza con una libertad más estratégica que real, el derecho a decidir es en ambos casos el resultado de una movilización social que merece un respeto, y no amenazas.
Cuando Clara Campoamor logró el sufragio femenino, ganaron los maridos. También ganó la derecha. Lo que no quita que aquel fuera un paso gigantesco para la democracia. “Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y juzgarla”, expuso ante los diputados, “respetad su derecho como ser humano”.