Fotos hasta en la sopa
El ‘foodporn’ pone a prueba el equilibrio de los derechos de clientes y chefs
Una sentencia del Tribunal Federal de Alemania ha establecido que es ilegal subir a Instagram las fotografías de platos tomadas en un restaurante y que, en todo caso, hay que tener el consentimiento del cocinero antes de hacerlo, incluso si no se pretende hacer un uso comercial de las imágenes.
Según Albert Agustinoy, socio coordinador de propiedad intelectual en Cuatrecasas, Gonçalves, Pereira, el tribunal alemán “reconoce el derecho de autoría a los cocineros” y, en virtud del derecho que les asiste sobre el “respeto a la integridad de su obra”, les otorga la potestad de decidir si se puede o no hacer fotos de sus platos. Para Agustinoy no todos los platos estarían protegidos por el derecho a la propiedad intelectual, que sólo protegería aquellos platos “que provienen de la creatividad de un chef y que se pueda acreditar que nadie más en el mundo lo ha hecho igual”. Un Big Mac no entraría dentro de esta categoría, pero según Albert Agustinoy “determinar que sí y que no es muy subjetivo”.
Por su lado, Quique Dacosta, chef y propietario del restaurante del mismo nombre, cree que la sentencia “es una medida drástica que se aleja de un gesto en beneficio del comensal que desea compartir su experiencia en un restaurante y tener una foto como recuerdo. Si el tema de debate es la autoría de la obra, me parece más interesante legislar para que no haya chefs que copien el trabajo de otros, aunque entonces el debate se trasladaría a las diferencias entre copiar, inspirarse, tomar prestado o robar”. En cambio, para David Muñoz, chef del restaurante DiverXo, plantear el tema en términos de derecho de autor es “un poco absurdo”. Para él lo importante es ir a los restaurantes a comer y a disfrutar, y cree que estar tan pendiente de las fotos “pervierte un poco la experiencia”. Además, opina que las fotos se cargan el factor sorpresa, elemento primordial en muchos restaurantes de alta cocina. “En lugares como DiverXo, donde siempre tratamos de sorprender, que la experiencia sea divertida y que siempre tengas la sensación de que estás delante de algo nuevo, que alguien cuelgue las fotos de los platos hace que, para los futuros comensales, este factor sorpresa desaparezca, lo cual es malo para el restaurante y es malo para el cliente”.
Más allá de los aspectos legales, las cámaras se han vuelto tan comunes en los restaurantes como la vajilla y las fotos de platos inundan las redes sociales. Es lo que se conoce como foodporn, que ha llenado los comedores de fotógrafos aficionados, o no tanto, en busca de un simple recuerdo, de una imagen como fetiche o quizás como muestra de exhibicionismo puro y duro. Sobre este último aspecto, el del exhibicionismo, David Muñoz opina que “presumir de estar en un sitio u otro es anterior a las redes sociales y no sólo sucede con los restaurantes, sino con todos los sitios a los que es difícil poder ir”. Lo
Son un nuevo tipo de comensal que, además de disfrutar, quiere divulgar y compartir
mismo piensa Víctor Ibáñez, contable de profesión, pero un insta
gramer vocacional que cree que tan exhibicionista puede ser subir fotos de según qué restaurantes “como muchos blogs de moda o de viajes, que muestran destinos de ensueño”. Para Eneko Atxa, chef de Azurmendi, el foodporn es difícil de controlar ya que “la gente tie- ne ganas de venir a nuestros restaurantes y a veces parece que si no lo cuentan es como si no hubieran venido”.
Por su parte, Yanet Acosta, directora del máster de Comunicación y Periodismo Gastronómico The Foodie Studies, lo tiene claro: “Lo que como es mío y lo fotografío”. Entiende que haya quien lo pueda considerar una forma de exhibicionismo o de fetichismo, pero también cree que “dependiendo de quién esté detrás de la cámara o del
smartphone, puede ser una crítica, una reflexión o una creación artística” y que en todo caso es tan fetichista como “guardar las entradas de un partido de fútbol o de un concierto”.
Para Acosta, unos de los motivos por los que las redes se han llenado de fotos es por el cambio en la actitud de las personas que acuden a los restaurantes. “El foodie busca disfrutar, pero lo que mejor le define son las ganas de divulgar y compartir”. Arantxa Ruano es una de estas foodies. Se define como una loca de la “belleza gastronómica” y no concibe que algún día no se puedan hacer fotos en los restaurantes y teme que, por la misma regla de tres, “si dejamos de hacer fotos a los platos, deberemos dejar de hacérselas a las estatuas o a la cultura en general”. Reconoce que, en su caso, fotografiar lo que come es un ejercicio de memoria y que no disfrutaría igual de una comida si no pudiera hacer fotos. Eneko Atxa lo entiende aunque cree que a veces “la gente emplea demasiado tiempo para hacer las fotos”.
Laura López tiene una carnicería, pero muchos restaurantes le piden que haga fotos de sus platos y el chef Nandu Jubany le ha encargado las fotos de su cuenta de Instagram. “Los restaurantes prefieren que vaya alguien que saben que les va hacer buenas fotos, ya que una mala foto les perjudica, del mismo modo que una buena es excelente para la promoción del local”, dice.
Sobre el impacto que la calidad de las fotos puede tener en que alguien decida ir o no a un restaurante, Quique Dacosta opina que “la imagen es una ínfima parte de lo que es un restaurante. Evidentemente, las fotografías pueden atraer o repeler a un potencial cliente, pero no podemos pedir que detrás de cada teléfono móvil haya un Mario Testino”.
López hace las fotos sólo con el teléfono y siempre busca las mejores condiciones. “No hago fotos de noche y si hace falta, salgo fuera del local para hacerlas”, dice. No tiene ningún problema en reconocer que se ha comido más de un plato frío y que se ha perdido más de una explicación del camarero por estar pendiente de hacer la fotografía.
Al respecto, Muñoz opina que a veces la gente va demasiado lejos y no le gusta que “cuando los chicos están presentando un plato se les esté grabando, porque es una falta de respeto”. Ana Casanova es fotógrafa e ins
tagramer y está convencida que “existe una burbuja de la foto gastronómica, hasta el extremo que hay gente que pregunta en los restaurantes cuál es el plato más fotogénico y ese es el que pide”.
Al final, en lo que sí coincide todo el mundo es en la importancia, en todo caso, de encontrar un punto de encuentro entre la importancia de la libertad, el respeto y la educación.