Comida sin ondas
Poco después de ser nombrado director del museo Reina Sofía de Madrid, en junio del 2009, Manuel Borja-Villel me comentó que quería cambiar la norma que prohibía hacer fotografías en el centro. “El arte está para compartirlo y divulgarlo”, dijo. Y así fue, porque desde entonces se pueden hacer fotografías.
Y si se pueden hacer fotos de obras de arte, ¿por qué prohibir hacer fotos de un plato de comida? De un plato. ¿Nos hemos vuelto locos?
Divulguen la cocina, la alta y la baja, las espumas y el cocido, hagan macro y micro fotografía de los platos, utilicen los filtros de su móvil para realzarlas y darles un toque de originalidad, mándenlas a sus amigos antes de que se enfríe la comida... No una, sino dos o tres. Y los comentarios correspondientes, para dar envidia sana. Publicite el restaurante, claro que sí. Capte junto a su pareja ese sublime momento, pídale al camarero que haga un paréntesis en su tarea y les haga una foto. Retire las sillas que sean necesarias para mejorar el encuadre. Invada impunemente el espacio de la mesa de al lado para tener un mejor ángulo.
Y en el transcurso de la ingestión de tan emocionante condimento, añada un watsap para dejar constancia de que está exquisito. Si lo está de verdad o no es lo de menos. Lo importante es contarlo.
No prohíban, señores restauradores, fotografiar los platos que con tanto esmero y sentido de la estética han elaborado. ¿Acaso no es la mejor forma de empezar a degustar un plato con el sentido de la vista?
Por favor, inviten a sus clientes a dejar cámaras y móviles a la entrada del restaurante, bien guardados en un armario con llave. Pero no para impedir el preciado trofeo de llevarse en el móvil algo valioso y totalmente gratis, sino para hacer prevalecer algunos valores a tener muy en cuenta en un restaurante: el derecho a comer y dejar comer tranquilo, conversar con la pareja, compartir un tiempo entre padres e hijos, alargar la tertulia hasta más allá del café y, de paso, librarse de llamadas impertinentes que estropeen ese maravilloso momento de la comida.
Y es que no hay nada más triste que ver a una pareja sentada a una mesa cada uno con su móvil, whatsappeando vaya usted a saber con quién. Eso sí que tiene delito.