En Tàrrega con Madonna
Las danzas urbanas, incluido el vogue, protagonizan la Fira de Teatre al Carrer
No estuvo Madonna ayer en Tàrrega, pero tampoco hizo falta. Por la Fira de Teatre al Carrer, que ayer vivió su particular Diada, pasó el bailarín Ousmane Omari Wiles. Un joven de origen senegalés y formado en Estados Unidos que recordó durante su actuación en el escenario nocturno de la plaza de las Nacions de dónde provenían las poses del famoso tema Vogue que Madonna popularizó en los noventa: el vogue, el voguing, nació mucho antes en el ambiente negro y gay de Harlem. Y Wiles, formado también en danzas africanas, lo baila, y anoche lo demostró en sus dos actuaciones, una a solas y otra con la bailarina Ephrat Asherie. Dos actuaciones divertidas, locas, contagiosas y elegantes en el escenario que Tàrrega dedica a la cultura urbana. un escenario que brilló con luz propia y reunió a abundante público en una jornada en la que lo físico, la danza, y no sólo urbana, fue una de las grandes protagonistas de la feria.
Una feria que, ciertamente, ayer temía por la mengua de público que podía ocasionar la enorme marcha por la Diada en la Meridiana, pero que finalmente no sufrió en exceso pese a que a mediodía eran visibles los doce autocares que hacían fila en una orilla del pequeño río Ondara para recoger a los ciudadanos que iban a Barcelona a manifestarse convenientemente ataviados para la ocasión. Hubo menos gente durante el día pero desde luego no faltó público ni en los espectáculos de la feria ni en los más humildes equilibristas, humoristas, magos y titiriteros que florecen en las esquinas de la ciudad y que con un público eminentemente familiar logran casi siempre aplausos tan sonoros como los montajes más elaborados llegados de medio mundo.
Porque de medio mundo llegan. Por la mañana unos clown y acróbatas italianos hicieron reír en la plaza Sant Antoni con un embargo a un pianista. Para sacar el piano de la casa, acaban colgados todos de la fachada, casi una danza vertical. Piano suite, que así se llama el montaje, de la compañía Teatro Necessario, divirtió porque la idea –incluida una reivindicación de la necesidad de la cultura– y los mimbres eran buenos, pero aún le falta rodaje: la propia compañía explicó al final que era su estreno. Y justo al acabar Piano suite y a pocos metros actuaba una compañía francesa, Les enjoliveurs, que ataviados como soldados casi de feria e intentando caldear el ambiente a golpe de batería, trompeta, saxo y guitarra eléctrica con una mezcla de músicas endemoniada.
Y ya en el polideportivo municipal actuaban dos jóvenes argentinos, Ramiro Cortez y Federico Fontán, con una obra gráficamente titulada Los cuerpos. Y sus cuerpos y sus instintos fueron los protagonistas. Curiosidad, deseo, animalidad, posesión, hartazgo y sobre todo mucho y elegante erotismo circulan durante 50 minutos en el escenario sin necesidad de mostrar nada, siempre con metáforas escénicas poderosas y, a veces, prodigiosas. Curiosamente, por la tarde, y ya en la plaza de las Nacions , una compañía habitual de Tàrrega, los Chameleon, exploraron de nuevo y también con gran éxito, la relación entre dos hombres. Y también con dan- za, en este caso mucho más urbana, aunque con códigos no demasiado lejanos.
A la misma plaza llegarían después las divertidas acrobacias aéreas de los francocatalanes Marcel et ses drôles de femmes y dos horas más tarde, finalmente, se instalaría allí el escenario Urban Nation, en el que Ousmane Omari Wiles y Ephrat Asherie aterrizaban sugeridos por el festival Sum-
Los argentinos Cortez y Fontán ofrecieron una elegante lección de erotismo escénico con ‘Los cuerpos’
merstage de Nueva York. Si Wiles no dejó a nadie indiferente, tampoco lo hizo Asherie en su número a solas, en el que sonó hasta Ne me quitte pas, y si la compañía Dani Pannullo fue la encargada de cerrar la noche de cultura urbana, antes Quim Moya se marcó un número de speed painting, de pintura rápida, rapidísima, en el que en apenas unos minutos y a la velocidad del rayo, mientras le gente se preguntaba si era un volcán o una persona acabó haciendo aparecer en escena en una gran tela un brillante retrato de Van Gogh.