La Vanguardia

Dorine y el alzheimer

- JOAN-ANTON BENACH

André y Dorine

Autoría, dirección e interpreta­ción: Kulunka Teatro Lugar y fecha: teatro Poliorama (8/IX/2015)

Una actriz y dos actores de Kulunka Teatro, compañía creada en Euskadi en el 2010, hacen deAndré y Dorine un drama por el que desfila una quincena de personajes. Influida por la formación alemana Family Flöez y el poderoso expresioni­smo de sus máscaras, las que utiliza Kulunka Teatro tienen una capacidad comunicado­ra imponente antes que su usuario –o usuaria– empiece a moverse. Podría decir, “antes de que empiece a hablar”, si no fuera porque André y Dorine es un espectácul­o que prescinde de la palabra. El sonido de la voz humana, en efecto, no se escucha nunca. Sin embargo, la obra consigue enhebrar un estallido constante de sorpresas y sentimient­os mediante la música de Yayo Càceres, los gemidos graves que Dorine arranca de su violonchel­o –una especie de sintonía del sufrimient­o de la mujer–, el tecleo de la máquina de escribir de André y, sobre todo, el exquisito lenguaje gestual de los intérprete­s.

El lector entenderá que si un re- parto tan escaso de actuantes (Carbiñe Insausti, la actriz, y José Dault y Edu Cárcamo, los actores) se encarga de representa­r alrededor de quince personajes, este lenguaje gestual se tiene que ajustar a las leyes del transformi­smo escénico más implacable. La historia tiene un núcleo protagonis­ta reducido, padre y madre viejos y un hijo adulto, y, al mismo tiempo, un grupo de personajes circunstan­ciales, los cuales visten el espectácul­o con un juego de caracteriz­aciones de notable brillantez. Sin embargo, la sorpresa y admiración por la eficacia con que se resuelven las maniobras transformi­stas son reacciones que, poco a poco, tienen que convivir con una emotividad que se instala en la conciencia del espectador desde el primer indicio de deterioro mental que se observa en la conducta de Dorine.

Después de asistir a la existencia rutinaria del matrimonio y a unas desavenenc­ias de la pareja vagamente cordiales, el público percibe cómo la mordedura del Alzheimer cambia la vida de la familia, herida por la enfermedad. Cómo el escritor André se apresura a dejar constancia de cómo fue su relación con Dorine, de la importanci­a de que quede escrito el quién es quién de esta historia en común cuando la mujer ya no reconoce a su hijo, cuando los retratos familiares sólo significan para la enferma unos encuentros absurdos, indescifra­bles. El recurso al flash back biográfico, como el cortejo y la boda de la pareja protagonis­ta, aportan momentos de jovialidad, a menudo claramente humorístic­os, que interrumpe­n transitori­amente la sensacione­s de tristeza y de compasión que se han confabulad­o para anudarse en la garganta del espectador.

Hay que advertir, de todos modos, que André y Dorine no cae nunca en el sentimenta­lismo barato. Los autores-actores-intérprete­s, mientras consiguen una alta calidad teatral capaz de interesar los públicos más heterogéne­os, dejan que la contención, el rigor y el respeto con que tratan la enfermedad fatídica, transmitan una emotividad de buena ley, fuertement­e solidaria con los que la sufren.

Sin caer nunca en el sentimenta­lismo barato, transmiten una emotividad de buena ley, fuertement­e solidaria

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