La Vanguardia

Ya no hablamos de Tsipras

- Ramon Aymerich

En las cenas del primer jueves de cada mes siempre hablábamos de Tsipras. Los encuentros empezaron hace dos años en una brasería, pero después los cambiamos a un Viena. No es que sea un sitio barato, pero la factura baja y a todos el bolsillo nos pesa menos. Siempre hablábamos de Tsipras. No es difícil imaginar por qué. Todos pasamos de los cincuenta y no hay nada que te haga sentir más joven que tropezarte con alguien capaz de romper la baraja y cambiar las cosas de arriba abajo.

Antes todos hablábamos de Tsipras. Pero ya hemos dejado de hacerlo. La euforia Tsipras ha durado un año. Los más entusiasta­s aguantaron hasta agosto. Se enardecier­on con la convocator­ia del referéndum para rechazar la propuesta de la Unión Europea. ¡Caray con los griegos! Pero se quedaron planchados cuando sólo unos días después el primer ministro aceptaba las condicione­s del tercer rescate propuesto por Bruselas. Algunos dijeron con la boca pequeña que Tsipras era muy demócrata. Lo era tanto que se tragaba el rescate contra el que había luchado durante años, pero después convocaba elecciones para que los electores le pasaran factura por haberse desdicho. En el cálculo, claro, de que las ganaría. Ahora parece que se arriesga a perderlas. Y a medida que pasan los días, el hombre huele a oportunist­a.

Nos hemos quedado sin adictos a Tsipras. Queda uno que todavía es de Varufakis. Según cuenta, es coherente. Pero ni siquiera él entiende que un hombre que ha contado con la ayuda de Krugman, de Stiglitz o de Jeffrey Sachs lo haya hecho tan mal. Como experto en teoría de los juegos, Varufakis debe ser un crack. Pero como jugador de póker, no le dura diez minutos a Schäuble.

Pero como el mundo está como está, hemos tenido que buscar un recambio. Ahora hablamos de Jeremy Corbyn, que está a

En las cenas del jueves hablábamos de Tsipras; ya hace días que no lo hacemos: la alegría ha durado un año

punto de hacerse con el Partido Laborista. Pero no es lo mismo. Tsipras era un tipo empático, jefe de un pequeño país que iba a ser capaz de doblegar la Unión Europea y cambiar las reglas del juego. Corbyn no es tan simpático. Es un tipo enjuto que hace cuarenta años que dice lo mismo. Tsipras tenía uno aura romántica y su política parecía nueva. Corbyn dice lo que decía el laborismo el año en que fue atropellad­o por Margaret Thatcher. Partidario de la economía estataliza­da. Antinuclea­r. Suavemente prosoviéti­co (ahora prorruso). ¡Ni siquiera fue punk en 1979! Cuando el sociólogo Anthony Giddens empezó a teorizar sobre la tercera vía (la inglesa, no la nuestra) Corbyn entró en hibernació­n. Hasta ahora. Nadie se toma seriamente que llegue a Downing Street.

En las cenas del primer jueves de cada mes nos encontramo­s gente de todo tipo. Gente que era fan de Tsipras y también gente de orden. Y todavía otros que ayer fueron a la Meridiana. No piensen. También hay gente que es las tres cosas a la vez. Debe ser la edad. Pero a estos últimos, a los que se manifestar­on ayer, la alegría todavía les dura.

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