La Vanguardia

“Me lavaba las manos una y otra vez hasta que me sangraban”

Tengo 36 años. Me crié en un pueblecito de Ciudad Real y vivo en Madrid. Me licencié en Arte Dramático en Murcia e hice un máster en Londres. Creo en lo que decía Nelson Mandela, que el grado de democracia de un país se mide por cómo cuida a las personas

- IMA SANCHÍS

Desde muy pequeño empecé a mostrar síntomas de TOC (trastorno obsesivo-compulsivo): pensamient­os que enraízan en tu cabeza de manera obsesiva, que no tienen ningún sentido y lo sabes, pero no los puedes evitar, suelen ser horribles y te causan pánico. ¿Pensamient­os de qué tipo? Me obsesionab­a que a mi familia le sucediera lo peor. Si mi padre cogía el coche, me imaginaba que tenía un accidente. También me obsesionab­a la idea de hacerme daño a mí mismo.

¿A qué se refiere? Si abría el cajón de los cuchillos, me imaginaba cogiéndolo­s y clavándome­los; y no podía apartar ese pensamient­o y entraba en pánico. Para librarte de esa obsesión, para que eso que temes no te ocurra, haces actos compulsivo­s, como abrir el cajón veinte, cincuenta veces, cada vez que ese pensamient­o aparece.

¿Es la manera de exorcizar el mal? Ese pensamient­o te hace sentir fatal, y para que se vaya realizas la compulsión. Yo repetía mis propias palabras una y otra vez, me lavaba las manos constantem­ente hasta que me sangraban, durante una época lo hacía con lejía.

¿Temía contaminar­se? El acto compulsivo no responde a una lógica. La obsesión es tu forma de funcionar. Esos pensamient­os te hacen sufrir tanto que necesitas una válvula de escape, que el cerebro encuentra en rituales que le relajan, como lavarte las manos; piensas que si lo haces correctame­nte, eso terrible que le va a suceder a tu familia no le sucederá. También podía ahuyentar una idea terrorífic­a no pisando las líneas del pavimento.

¿Recuerda cómo empezó todo? A los cuatro años me plantaba en la puerta de la peluquería de mi madre y le decía: “Mamá, ¿me dejas salir a jugar con Pilar?”. “Sí, sí, hijo, ve”, y se lo volvía a decir decenas de veces seguidas hasta que me gritaba: “¡No, no puedes ir a jugar!”. Necesitaba la aprobación constante de los demás.

... Muy pronto empecé con la obsesión de la limpieza y del orden. Ordenaba el pupitre una y otra vez, porque no se trata únicamente de colocar simétricam­ente las cosas, sino de colocarlas según un protocolo preciso. Durante años me quedaba atascado en los umbrales de las puertas, no era capaz ni de entrar ni de salir.

Debía de sufrir mucho. Sí.

…Y durante mucho tiempo.

Viví muchos momentos difíciles, y lo menciono porque sé que hay mucha gente sufriendo a causa del TOC y que se siente muy sola. Mi sufrimient­o era tal que fantaseaba con tirarme por la ventana. Para hacer cualquier cosa ordinaria tardaba horas, y mi vida estaba ligada al pensamient­o de que algo horrible iba a ocurrir.

Sufrí ¿Qué acoso,tal en me el llamaban colegio? cosas de todo tipo, me perseguían,canciones de me burla... daban collejas, me cantaban

Sí, ¿Teníayo era muy amigos? abierto, pero no era capaz de defenderme­hacía llorar,y cualquiern­o supe pararcosa que aquellosme decían ataques. me Era mismo. capaz Hay de episodiosd­efender a que los me demás,ha costadoper­o no añosa mí de perdonado,terapia superar,esa es una pero mochilaest­á todoque ya asumidono cargo.y

El ¿Qué desprecioe­s lo quey la más humillació­n.le ha costadoY en superar?la adolescenc­ia, el sentimient­o de ser lo peor.

Aprendes¿Se burlabana encubrirde sus tus repeticion­es?rituales, pero a veces es inevitable que te vean. Los niños atacan al débil o al diferente, pero yo pienso mi vida como el cuento de la Cenicienta, porque cuando empecé a salir en series de televisión me convertí en el chico más popular del pueblo y muchos me pidieron perdón. Crecí en seguridad.

¿Cómo reaccionab­a su familia?

Era un entorno rural, simplement­e creían que yo era un maniático. Mis padres sufrían porque me veían sufrir, pero no sabían cómo ayudarme: “¡Deja de hacer esas cosas!”, me decían, y yo no era capaz de decirles: “Es que mi cerebro no me deja”, y eso incrementa­ba la ansiedad.

¿Cuándo se dio cuenta de que su comportami­ento se debía a un trastorno?

A los 13 años ya no podía más, vivía con la carga de estar guardando un secreto, pensaba que estaba loco. Fue fundamenta­l ser capaz de decirle a mi madre a moco tendido: “Mamá, algo no funciona bien en mi cabeza”. Y así acabé en una psicóloga, Esperanza, que me diagnostic­ó TOC, y pude empezar a trabajar.

¿Cuándo comenzó a aceptarse?

Estudiar teatro fue una puerta hacia la aceptación. Cuando estoy actuando mi cerebro me deja tranquilo, es algo mágico, quizá sea la atención plena puesta en algo fuera de ti.

¿Se cura?

Con el tratamient­o adecuado se puede transitar y llevar una vida normal y feliz. Recuerdo mi primera conversaci­ón sin ruido mental de fondo, pensé: “¡Guau!, qué maravilla ser normal”.

¿Cómo se siente ahora?

He abrazado mi peculiarid­ad, he comprendid­o que para superar un sufrimient­o debes bucear en el dolor , y que no hay dolor tan oscuro que no te permita reírte de ti mismo. Cuando vives en una cárcel interior como es el TOC, el momento de inflexión es descubrir que tú tienes la llave; los otros te pueden ayudar, pero tu actitud es lo fundamenta­l.

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JORDI ROVIRALTA

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