La Vanguardia

El gafe de Guayaquil bebe Corona

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No creo que sea el hombre más triste que he visto, pero está tristement­e sentado en una silla de plástico delante de una mesa de plástico. Tiene las piernas recogidas bajo la silla, cruzadas a la altura de los tobillos, con sólo la punta del pie derecho tocando el suelo –también de plástico–. Sobre la mesa tiene una falso cubo de lata, pequeño, delgado, sutilmente decorado con sombras de agua (para envejecer su aspecto) y con un logotipo de la cerveza Corona a un lado.

Adentro: cuatro Coronas y hielo. La quinta botella la tiene en la mano, camino a la boca. La sexta, la que completa la media docena de la oferta (12 dólares), ya vacía, tienta la ley de Murphy en la esquina de la mesa. Quizás son los hombros caídos, los brazos sobre los muslos. O la manera de beber –como quien toma jarabe directamen­te del frasco–. Los ojos enfocan a media distancia, perdidos a medio aire, y no miran nada. Las mejillas, pesadas, fofas. Pero sobre todo los hombros, tan caídos que parece que lleve un mamut encima.

Se le ve tan triste que dan ganas de reír o de tocar madera. La camiseta es de un amarillo ácido; la tengo igual. Es del Barcelona Sporting Club, el equipo de la ciudad de Guayaquil, Ecuador. La luz no es fluorescen­te, no, pero él consigue que sí: engulle todas las sombras, los colores, los centígrado­s. Como un agujero negro, se come la escena. Tiene cara de gafe: eso es.

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