El ‘Viktátor’ que dice no a los refugiados
EL PRIMER MINISTRO DE HUNGRÍA, HERALDO DE LA DERECHA POPULISTA Y NACIONALISTA, QUIERE BLINDAR LAS FRONTERAS DEL PAÍS CONTRA LOS MIGRANTES
Los refugiados e inmigrantes caminando de Budapest hacia la frontera con Austria, tras haber pasado días bloqueados en la estación de Keleti de la capital, han simbolizado las dificultades de la Unión Europea para gestionar la crisis migratoria. El Gobierno de Hungría, país de tránsito en la ruta que los migrantes cubren a través de Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia, hacia Austria y Alemania, y ahora también hacia los países escandinavos, ha aplicado de modo estricto la ley europea de asilo, según la cual todo candidato al asilo debe ser fichado en el primer país comunitario por el que entra en la Unión Europea.
Pero esa actuación, correcta jurí-
dicamente pero que contribuyó al colapso de la semana pasada, ha hecho aún más patente la poco amigable actitud hacia la inmigración del primer ministro húngaro, el controvertido derechista Viktor Orbán. En una entrevista en el diario alemán Frankfurter Allgemeine
Zeitung el 3 de septiembre –cuando Austria y Alemania aún no habían acordado abrir sus fronteras a los refugiados–, Orbán dijo que “la llegada de migrantes, en su mayoría musulmanes, es una amenaza para la identidad cristiana de Europa”. Y al día siguiente, se expresó así en un comunicado: “Si no protegemos nuestras fronteras, decenas de millones de migrantes seguirán viniendo a Europa, y algún días seremos minoría en nuestro propio continente”.
Para intentar atajar la entrada en Hungría de migrantes desde el sur, el Ejecutivo de Orbán culminó a finales del verano la construcción de una valla de alambrada de metro y medio de altura a lo largo de los 175 kilómetros de frontera con la vecina Serbia. Y está construyendo una segunda valla, más sólida, de casi cuatro metros de altura, a concluir en noviembre.
Además, el viernes 4 –en pleno caos de refugiados en Keleti– el Parlamento magiar aprobó una nueva ley antiinmigración, que facilita el despliegue del ejército en las fronteras junto a la policía, y que castiga el cruce ilegal de la frontera con hasta tres años de cárcel. La ley también prevé campos de migrantes en tránsito en el confín con Serbia, para examinar allí mismo las solicitudes de asilo.
Las medidas son grandilocuen- tes, pero, en realidad, el discurso actual de Viktor Orbán no es nuevo. La derecha nacionalista y populista que cultiva el primer ministro –a quien sus detractores apodan Vik
tátor, evocando tics dictatoriales– se ha consolidado en el Gobierno magiar desde que su partido, Fidesz, reconquistó el poder en las elecciones del 2010. Desde entonces, sus tensiones con la UE han sido constantes, como ahora con la crisis migratoria.
Antes de que la avalancha de refugiados convirtiera Hungría en epicentro de la actualidad la semana pasada, Orbán ya había sido muy claro. “Los líderes europeos han demostrado claramente que no son capaces, que no tienen la capacidad, de gestionar la situación –dijo–. Corresponde a cada país controlar sus fronteras externas, y eso