Carta a Francisco
papa francisco Al querer imitarle, algunos políticos están intentando beneficiarse, políticamente hablando, de los refugiados
Buenos días, papa Francisco: si me dirijo a usted públicamente no es porque desconfíe de la amabilidad y diligencia de su asesor, el padre Peter B. Wells, sino porque no confío demasiado en el correo italiano. Y me dirijo a usted porque todos sabemos de su real preocupación y de sus valientes manifestaciones en el tema de la inmigración. Nadie ha olvidado su presencia física en la isla de Lampedusa. Desde entonces, y hasta el pasado domingo, durante el ángelus, no ha cesado usted de instruirnos en la siempre necesaria solidaridad y generosidad.
Ocurre, papa Francisco, que algunos de sus imitadores (me refiero sobre todo a los políticos) utilizan sus maneras no para hacer el bien sino para sacar provecho o rédito político de los inmigrantes y refugiados. Y también utilizan sus maneras para no enfrentarse a los problemas más próximos y acuciantes que sufren sus conciudadanos. O sea, que su influencia es tanta, papa Francisco, que, sin usted pretenderlo, algunos de nuestros políticos, por ejemplo, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau y la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, lo imitan. De modo que en vez de contribuir a solucionar el problema de la inmigración y de los refugiados políticos en su origen, es decir, en ciertos dictadores, multinacionales, industria armamentística y petrolífera, etcétera, lo que hacen es intentar eludir su responsabilidad directa, es decir, no cumplir con lo que prometieron en las elecciones a sus votantes. Al político le gusta más salvar el mundo que solucionar, por ejemplo, los apagones casi diarios que sufren los vecinos que viven en determinado tramo de la calle Girona de Barcelona. Algo parecido, ya sabe, se decía de Juan Pablo II: entre intentar cambiar la curia vaticana y cambiar el mundo decidió que era más fácil lo segundo.
Lo que hacen, pues, algunos de nuestros políticos más populistas con el problema de la inmigración y los refugiados se parece bastante a lo que hacen las mafias que se benefician del mismo. Y no hablo, por supuesto, de dineros. Lo que quiero decir, papa Francisco, es que algunos de nuestros políticos más populistas, los que más le imitan, parecen ser muy conscientes de lo mismo que descubrieron hace tiempo las diferentes mafias. Recuerde, usted está muy bien informado, que tras las detenciones de mafiosos que se produjeron no hace mucho en Roma y donde los sicarios se mezclaban con presuntos empresarios de izquierdas, uno de los mafiosos detenidos fue grabado por la policía mientras confesaba que “con los inmigrantes se gana mucho más dinero que con la droga y, además, se arriesga menos”. De modo, papa Francisco, que al querer imitarle, algunos políticos están intentando beneficiarse, políticamente hablando, de inmigrantes y refugiados. Y, mientras tanto, los periodistas, en vez de ejercer como tales, fingimos que nos horrorizamos. Pero qué voy a contarle yo de hipocresía y oportunismo que usted no sepa o sufra, papa Francisco.
Yo no soy nadie para pedirle a usted una cierta continencia verbal. Y tampoco seré yo, papa Francisco, quien le recuerde que el politólogo Giovanni Sartori ha dicho que la inmigración no es un tema que compete a la Iglesia católica. Pero lo cierto es que usted, con sus austeridades y visiones franciscanas, ecologistas, a veces parece olvidar que es también un jefe de Estado. Y que cuando uno es el jefe de un Estado y quiere predicar con el ejemplo, lo normal es que abra su país a la inmigración y no se contente con ofrecer sólo dos parroquias. Eso, tendrá usted que reconocerlo, no parece muy coherente y, desde luego, generoso. Quizá por eso, tras el último ángelus, tuvo que comparecer Federico Lombardi, director de la oficina de prensa vaticana, para aclarar que cuando usted dijo “parroquias” no se refería a los templos y casas de los señores curas sino a los laicos y a sus comunidades. Qué gran bombero es el padre Lombardi.
Dos fuentes muy fiables me aseguran que, después de lo dicho por usted durante el último ángelus, se oyeron algunos gritos sensatos, muy sensatos, tras el portón de bronce. Pero quien lo sabe todo del Vaticano es usted, papa Francisco, y no yo. El escritor Josep Pla siempre solía preguntar lo mismo: “¿Y esto quién lo paga?” Y un refrán español asegura que una cosa es predicar y otra dar trigo. Me consta, papa Francisco, que usted, a diferencia de algunos de nuestros políticos, los que le imitan, sí quiere dar trigo. El problema es quién paga ese trigo. Porque lo cierto es que siempre pagamos los mismos.
Pax et bonum.