Generación we can
Nada invitaba al optimismo al empezar 2009, en pleno shock tras el derrumbe del castillo de arena de Lehman Brothers, con la tormenta financiera descargando sobre las desprotegidas cabezas de medio mundo. Sin embargo la resiliencia del ser humano le impulsa a buscar tablas de salvación y más de un millón y medio de personas la encontraron en un frío día del invierno de Washington D.C. Era 20 de enero, la toma de posesión de un presidente único por muchas razones, Barack Obama, y la asistencia al acto demostró que la ilusión siempre encuentra senderos por los que fluir. Su antecesor George W. Bush tan sólo había sido capaz de concitar a 300.000 almas.
Obama se refirió aquel día reiteradamente a “nuestra generación”, la del “we can”, la que a base de redes sociales y vídeos en YouTube le había aupado a la presidencia casi contra pronóstico, la de los blogueros y los community managers que luego se harían omnipresentes. Sus compatriotas primero y el mundo después le compraron la idea. Y ahí sigue.
El we can con acento español lo puso un mes después Penélope Cruz, la primera actriz de nuestro país en ganar el Oscar, por su interpretación en
Vicky Cristina Barcelona. “¿Se ha desmayado alguien aquí alguna vez? Porque creo que seré la primera”, disparó Pe en su broma inicial, imprescindible en todo discurso a la americana. Su mejor frase fue aquella de “crecí en un lugar llamado Alcobendas, donde esto no era un sueño muy realista”, que obligó a la audiencia yanqui a buscarlo en la Wikipedia, esperando encontrarlo al sur de Río Grande. Año propicio para los emergentes, es decir, aquellos con poca tradición de ganar, los del furgón de cola. Como América del Sur, recompensada por primera vez con unos Juegos Olímpicos, los de Río de Janeiro, que disfrutaremos en apenas unos meses. Su elección en la cumbre del COI de 2009 lo fue por méritos propios (y por efecto de las rotaciones continentales), dejando algunos cadáveres en su camino: sobre todo el de Madrid, que llegó hasta la ronda final de votaciones para verse aplastada por el subidón carioca. Era la tercera vez que le ocurría, y no la última. Pero esa es otra historia.