Y si esos fueran los tesoros...
El hallazgo de un tren nazi oculto en un túnel de Polonia reaviva el tema de las obras de arte robadas por Hitler que siguen en paradero desconocido
El mito del tesoro oculto atraviesa todas las civilizaciones. Tesoros místicos o materiales, enterrados en pozos, cuevas, mares, montañas, laberintos y, desde la era espacial, en lejanos planetas. En el último caso se combinan la codicia y el sueño de recuperar lo perdido. Dos hombres, un alemán, Andreas Richter, y un polaco, Piotr Koper, aseguran que tienen datos irrefutables de haber localizado un tren nazi cargado con oro , plata y tungsteno requisado en Rusia y Wroclaw (la Breslau de la Gran Alemania). Estaría –se sabrá pronto– en el interior de un complejo de túneles subterráneos excavados a partir de 1941 cerca del castillo gótico de Ksiaz y de la estación de Wislam, en las montañas de Walbrzych, para albergar fábricas subterráneas al abrigo de los bombardeos aliados. En enero de 1945, el Ejército Rojo lanzó una ofensiva relámpago para llegar a Berlín antes que las tropas norteamericanas. La hipótesis de los caza tesoros es que los alemanes, al verse desbordados, ocultaron el tren en el túnel y sellaron su acceso. Como prueba, aseguran contar con una imagen de rádar en la que se ve, bajo tierra, lo que parece la silueta de un tren fuertemente artillado de 120-150 metros de largo.
Las autoridades polacas aseguran que han comprobado que el tren está ahí y han acelerado los trabajos para acceder al convoy. Los más escépticos creen que todo es una farsa. Otros alertan: no hay oro, sino armas y material explosivo. Y los más pesimistas auguran un descubrimiento macabro: cadáveres de presos del campo de concentración Gross Rossen utilizados para las excavaciones del complejo. En unos pocos días los operarios que trabajan para despejar el túnel llegarán al transporte y se sabrá la verdad.
La fiebre del oro se ha desatado.
Richter y Koper piden el 10 % del valor de lo hallado. El Silesian Research Group asegura que ellos fueron los primeros en localizar el tren y otro caza tesoros, Tadeusz Slowikowskis, pone la salsa narrativa: Shulz, un antiguo trabajador de la zona, a quien salvó la vida, le comunicó, moribundo, la existencia del tren y cómo habían ido muriendo misteriosamente todos los testigos. Él mismo –dijo a la prensa polaca– temía por su vida. “Sabemos que en mayo de 1945 oro y objetos valiosos salieron de Wroclaw hacia Walbrzych y desaparecieron entre las ciudades de Lubiechow y Swebodzice.” La fiebre ya tiene incluso un muerto: un saqueador de tumbas que cayó en una fosa donde buscaba un tesoro.
Las cábalas se han desatado poco tiempo después de que la película Monument Men recordara el hallazgo en 1945 de 7.000 obras de arte, saqueadas por los nazis, en las minas de sal de Altaussee, cerca de Salzburgo, y que fue se- llada con dinamita por los propios mineros para evitar que Hitler destruyera la mina que les daba sustento. Y hay historiadores que desean, con más fe que razón, que en el túnel aparezca la Cámara de Ámbar robada por los alemanes a los rusos sin que aún se sepa su paradero.
¿Qué obras de arte saqueadas por los nazis quedan por ser restituidas? Sin que pueda darse una cifra exacta, los investigadores calculan que en doce años, entre 1933 y 1945, los alemanes se hicieron con un botín de 600.000 obras, de las que aún quedarían por restituir unas cien mil. A los setenta años del final de la Segunda Guerra Mundial, y más allá de las leyendas creadas en torno a los supuestos tesoros que los nazis ocultaron tras su derrota, la historia de las restituciones depara sorpresas notables. Numerosos museos europeos y americanos se resisten a reconocer que obras de sus fondos proceden del expolio y pocos coleccionistas –y ahora sus herederos– están dispuestos a admitir que se aprovecharon de la penuria de los judíos perseguidos, consiguiendo cuadros a precio de ganga: los ocultan o se excusan, dicen que no sabían, que iban de buena fe, que les llegó ya por terceros compradores o alegan que fueron compradas legalmente en su día al gobierno alemán En el año 2011, estalló el caso de Cornelius Gurlitt, que poseía en Munich 1.500 obras de arte procedentes del robo a judíos. La lista incluía cuadros de Matisse, Klee, Dix, Picasso, Toulouse-Lautrec y Lieberman, entre otros. No estaban en el fondo de un lago: los guardaba en sus residencias sin que nadie le hubiera pedido explicaciones hasta la investigación judicial.
El arte es también oro y el oro mueve la codicia. En 2012 aparecieron confusas noticias sobre el
Retrato de joven, pintado por Rafael entre 1513-1514 y que en la película Monument Men se ve como las llamas lo destruyen. Un diario polaco publicó que el gobierno de Varsovia aseguraba que se encontraba en la cámara acorazada de un banco en un lugar no revelado. La información fue desmentida poco después, creando más preguntas inquietantes que respuestas alentadoras para la historia del arte. El óleo pertenecía a la familia Czartoryski de Cracovia –que en 1798 compró La Dama de Armiño de Leonardo– y fue confiscada por los nazis en 1939 para el Führermuseum de Linz. La última vez que se vio el cuadro fue en 1945, en el castillo de Wawel, en Cracovia, que había convertido en residencia de Hans Frank, de la Gestapo, ejecutado en 1946. ¿Se perdieron realmente los 14 Klimt de la colección Lederer que ardieron en el museo Schloss Immendorf? ¿O El Pintor en su manera de
trabajar, de Van Gogh, que se encontraba en el Museo KaiserFriedrich en Berlín? Aunque esté desaparecido, las fotografías del óleo han inspirado a otros artistas, como a Francis Bacon, que veía en el cuadro el mejor autorretrato de Van Gogh: cómo se veía él a sí mismo, un nómada sin abrigo, un outsider impenitente.
En el imaginario ruso de la invasión nazi la búsqueda de la Cámara de Ámbar –como los huevos dorados de Faubergé de la época zarista– ocupa el primer lugar. Hasta el punto de que ha sido reconstruida en San Petersburgo. La cámara original es un conjunto de paneles hechos de puro ámbar, oro y espejos, Diseñada por Andreas Schlüter , fue construida en el palacio de Charlottenburg en Prusia entre 1701 y 1709 por Gottfried Wolfram. En 1716 Guillermo I de Prusia se la regaló a Pedro El Grande para sellar una alianza con Rusia en sus disputas con Suecia. Fue instalada primero en el Palacio de Invierno de San Petersburgo y más tarde Catalina la Grande lo llevó a su palacio, ampliada por artesanos alemanes y rusos. Se emplearon 5.440 kilos de ámbar para decorar 17 metros de paredes. En 1941, los alemanes la desmantelaron y la embarcaron en cajas hacia la costa báltica. En 1943 fue almacenada en el castillo de Königsberg y, según fuentes oficiales, fue destruida por los bombardeos aliados, aunque hay quien asegura que fue puesta a salvo en los últimos meses de la guerra y llevada a un lugar seguro.
Quedan miles de obras de arte por recuperar. Aunque en los últi- mos años siguen apareciendo a cuentagotas, los historiadores siguen buscando piezas de grandes maestros. Como El retrato de un
joven de Caravaggio, que pudo arder en el incendio del Kaiser Friedrich Museum, donde también se exponía un paisaje de Auvers, obra de Cézanne. Hay en la lista de obras perdidas cuadros de Alonso Cano, Canaletto, Lucas Cranach, El Greco, Picasso, Ernst Ludwig Kirchner, Paul Klee, Max Lieberman, Hans Memling, Piet Mondrian, Claude Monet, Auguste Rodin, Rubens, Egon Schie- le, Veronese...
En los archivos de la brigada creada por Alfred Rosenberg para expoliar obras de arte en Francia, y después, no hay que olvidarlo, en los países del Este y en la antigua URSS, se conservan numerosas fotografías de las piezas que almacenaba en el Jeu de Paume. Son fotografías en blanco y negro de mala calidad y a veces desde ángulos esquinados. Estos archivos han sido escudriñados a fondo, y se atisban meridianamente, obras perdidas de artistas españoles como Pablo Picasso y Salvador Dalí.
ENIGMAS SIN RESOLVER El imaginario ruso lo preside el misterio de la desaparición de la Cámara de Ámbar
MUSEO PERDIDO Siguen apareciendo obras maestras que se creían destruidas durante la guerra
70 AÑOS DESPUÉS Obras de Caravaggio, Picasso, Dalí, Degas, Klee o Cézanne, siguen desaparecidas