Todo el mundo tiene un mal día
NADIE es perfecto, así que todo el mundo puede tener un mal día. El tenor Luciano Pavarotti era poco menos que dios en la Scala de Milán, pero cuando en 1992 falló clamorosamente el agudo en la súplica de un exaltado Don Carlos a Felipe II, al final del segundo acto de la ópera de Verdi, los abucheos del gallinero hicieron temblar el teatro. El director de la orquesta, Riccardo Muti, intentó subir el tono para acallar a los espectadores, pero no hubo manera de enderezar el estreno.
La semana política ha sido complicada, pues los tenores de la política del Gobierno han desafinado en algún momento y la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría ha intento hacer de Muti, subiendo la percusión para que no se escuchara la protesta. Primero fue el ministro de Defensa, que se metió en un jardín al responder que en Catalunya no hará falta la intervención del ejército “si todo el mundo cumple con su deber”. Luego fueron los titulares de Interior y de Justicia los que manifestaron que el Estado Islámico puede intentar colar yihadistas entre los refugiados que han sido asignados a España. Y finalmente, el ministro de Exteriores propuso, a título personal, en un debate en Barcelona, mejorar la financiación de los catalanes, cediendo los ingresos del IRPF, entre otras medidas que podrían encarrilar una solución al problema que existe en Catalunya.
En cualquier caso, las palabras de Margallo no parecen ningún disparate. Están dichas por alguien que es partidario de reformar una Constitución que ayudó a redactar, y que ha estudiado en qué puntos se puede modificar en el futuro (no sólo para resolver los problemas territoriales). El error habría sido manifestarlo ahora. La prensa de Madrid ha sido implacable con él. Los problemas graves, en política y en sanidad, hay que resolverlos cuanto antes. En España parece que las reglas son otras, como si todo se solucionara por aburrimiento. Incluso la eternidad.