La Vanguardia

ENTRE GALLOS ANDA EL JUEGO

Del Bosque deberá mediar otra vez para reconducir las malas relaciones entre Madrid y Barcelona a raíz de los silbidos a Piqué

- CARLOS NOVO Madrid

Los problemas se le acumulan al entrenador de la selección española de fútbol, Vicente del Bosque.

Salió a la rueda de prensa tras el partido del miércoles en Skopje con muy mala cara. Y eso que los que le conocen bien sabían que la procesión iba, sobre todo, por dentro. Pero esta vez Vicente del Bosque no se mordió la lengua. Por primera vez criticó a sus jugadores en público, aunque lo hizo en ese tono moderado que le caracteriz­a (“la motivación ha sido regular; el partido ha sido así, asá; hemos ganado con un gol de casualidad”), siempre cuidadoso con no romper puentes. Pero esta vez todo se le juntó al marqués de Del Bosque. Un partido infumable de España tras las buenas sensacione­s ante Eslovaquia en Oviedo y de nuevo un feo panorama con mucho trabajo por delante: intentar acabar con la moda de los silbidos a Piqué, justificar el traslado del España-Inglaterra del Bernabeu al Rico Pérez de Alicante y recuperar el clima de concordia entre el central blaugrana y los jugadores madridista­s de la selección, algo ahora un poco más difícil después de que Ramos echara sal en la herida (“Todos conocemos a Piqué y sus últimos actos no ayudan”) y el central catalán hiciera alarde de su antimadrid­ismo en su rueda de prensa del jueves: “No me van a cambiar. No me arrepiento y no voy a pedir perdón”.

La nueva marejada de la selección le pilla a Del Bosque en un momento delicado. El viernes se casó su hijo mayor, ha cumplido cien partidos con la y siempre ha sostenido que se quiere jubilar tras la Eurocopa de Francia, el próximo verano. Contra su deseo, Ángel Villar, el presidente de la Federación, le presiona para que aguante al menos otros dos años más, hasta el Mundial de Rusia 2018. Del Bosque no ha dicho ni que sí ni que no. De hecho, cuando le preguntan al respecto hace un gesto de contraried­ad. Más bien su idea es esperar a la Eurocopa y decidir en función del papel de la selección.

Para añadir más confusión al tema, el próximo año toca elecciones en la Federación. Ángel Villar lleva al mando de la misma desde 1988, pero podría dejarlo y aspirar a la presidenci­a de la UEFA si Michel Platini se hace con la de la FIFA el 26 de febrero.

En cualquier caso, lo último que le apetece a Del Bosque es volver a tener que lidiar con temas extradepor­tivos, como le pasó durante la guerra Madrid-Barça de la tormenta de clásicos fruto del accidentad­o paso de Mourinho con los blancos. Y sabe que tendrá que hacerlo porque a estas alturas y ante el absentismo de la Federación, Del Bosque ejerce de hombre para todo: selecciona­dor, portavoz y consejero delegado de la roja. Entre él y la directora del equipo, María Jesús Claramunt, lo despachan todo, sólo que ella lo hace en la sombra y él siempre da la cara.

Y si hay un tema en el que a Del Bosque se lo llevan los demonios es precisamen­te el Real Madrid, el club de su vida, al que llegó en 1968 para ingresar con 18 años en el Plus Ultra y que tuvo que abandonar en el 2003, tras ganar la Liga desde el banquillo, “para dar paso a un librillo más moderno”, como justificó entonces el porta- voz del club, Enrique Sánchez. Del Bosque, que debe ser el único marqués hijo y nieto de ferroviari­os republican­os, –su padre pasó tres años en la cárcel de Álava represalia­do por el franquismo tras la guerra civil– nunca se ha llevado bien con la forma de entender el madridismo de Florentino Pérez. Es de esos jugadores que te- nían piso –y no chalet en La Moraleja o ahora en La Finca– desde el que se veía la antigua Ciudad Deportiva de La Castellana y cuando tomó el mando del primer equipo, en 1999, en plena época del Madrid de los Ferraris, se presentaba a los entrenamie­ntos conduciend­o un Volkswagen Passat.

Desde que le despidiero­n del Madrid (“no le renovamos al acabar contrato”, precisa Florentino) Del Bosque apenas ha pisado el Bernabeu, según él para evitar situacione­s incómodas. El madridismo le echó en cara en las redes sociales que el verano pasado ni siquiera visitara la capilla ardiente de Alfredo di Stéfano cuando unos meses antes sí había estado en la de Tito Vilanova. Y es que él, como selecciona­dor, se ha ocupado muy mucho de tener una relación excelente con el Barcelona y con los azulgrana que llamaba a la selección. Defendió a capa y espada a Busquets tras la derrota inicial de España en el Mundial de Sudáfrica: “De nacer otra vez yo querría ser Busquets”, hizo de Xavi Hernández su extensión en el campo: “Él ha sido el líder de esta selección, un jugador insustitui­ble”, comentó cuando se anunció la salida de Xavi del Barça y ahora ha hecho bandera de la causa de Piqué: “Me parecen lamentable­s los pitidos. Espero que esto se acabe, que nos demos cuenta de que viene a defender a la selección española, que lleva setenta partidos con la absoluta y unos treinta con las categorías inferiores con un comportami­ento siempre bueno”, afirmó. “Me preocupa que se genere una corriente difícil de parar”. Ahora le tocará mediar otra vez con su diplomacia discreta. En el Madrid de los galácticos ya le llamaban el pacificado­r.

E N VA R I O S FR E N T E S Ante el absentismo de la Federación el selecciona­dor ejerce de hombre para todo

PA S A D O RE P U B L I C A N O El padre de Del Bosque estuvo tres años en la cárcel represalia­do por el franquismo tras la guerra

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NIKOLAY DOYCHINOV / AFP Vicente del Bosque, el pasado martes durante el encuentro entre Macedonia y España

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