Guía oficiosa de ‘malanapoli’
No todos los turistas que visitan Nápoles buscan sólo museos interesantes y bellas iglesias. Hay quien, movido por una curiosidad algo morbosa, le interesa encontrar rastros de la criminalidad que ha hecho tan tristemente célebre a la capital campana. Eso es más complicado que en Sicilia. Allí, en Palermo, hay placas y monumentos que recuerdan los lugares donde fueron asesinados los jueces Falcone y Borsellino. Y basta pasear por los alrededores del bunkerizado palacio de justicia para comprender el asedio sufrido por el Estado durante decenios. Los visitantes más ambiciosos pueden incluso hacer una excursión a Corleone. La malanapoli (vocablo que une Nápoles y malavita, sinónimo de crimen organizado) está infiltrada casi en todas partes. No necesita lugares emblemáticos. Alguna agencia turística, a través de internet y con éxito incierto, ha intentado captar turistas vendiendo algunos recorridos. El circuito podría empezar a dos pasos de la estación central de tren, en la plaza Mancini, durante años un gran hipermercado de las mercancías falsificadas. La policía ha logrado desmantelarlo, de momento. Pero ese comercio ilícito está muy extendido. La meca de los cigarrillos de contrabando se halla en el barrio de San Antonio Abad. Un destino con aura cinematográfica –pues se rodó parte de Gomorra– es el barrio de Scampia, donde acudió hace unos meses el papa Francisco. El símbolo de Scampia, una zona con muy alta criminalidad, son unos edificios de pisos en forma de vela, las velas de Scampia, un monumento de degradación urbana. Quien tenga valor –y tome serias precauciones– puede darse una vuelta por otros barrios muy conflicti- vos como Secondigliano, Forcella, Ponticelli o Bagnoli. Cerca de Nápoles, se encuentra otro epicentro de actividad camorrística como Casal di Principe, base de operaciones de uno de los clanes históricamente más poderosos, los casaleses. Allí, en la sacristía de la iglesia de San Nicolás de Bari, fue asesinado, en 1994, el joven sacerdote Peppe Diana, que se había distinguido por su desafío a los mafiosos. Fue en Casal di Principe donde confiscaron la mansión del boss Walter Schiavone, quien se hizo construir una casa como la que salía en la película Scarface. A esta casa se dio un uso social, tras su confiscación. Está por ver si el olivo plantado en la plaza della Sanità, donde el domingo pasado asesinaron a Gennaro Cesarano, se convertirá en un símbolo de homenaje y protesta, como desean los impulsores del gesto.