La Vanguardia

El patín catalán

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

La imagen icónica que conserva mi cabeza de la llegada de Artur Mas a la presidenci­a de la Generalita­t la tomó Pedro Madueño y fue publicada por este mismo diario en diciembre del 2010. Es la foto del todavía no formalment­e president Mas con el timón de barco que le regaló su padre tras vencer en las elecciones catalanas. Mas al timón, tal vez soñándose ya el gran timonel de la nación catalana, con la mirada oteando un horizonte que él sí que ve. Y luego, el ya president, que citó el mismo timón en su discurso de toma de posesión, llevándolo a un lugar de honor en su despacho de Palau. Allí, en el tan próximo y tan lejano enero del 2011 concedió una larga entrevista, timón mediante y de nuevo con fotografía­s de Pedro Madueño, a José Antich, entonces director de La Vanguardia, y recuerdo que me llamó mucho la atención que Mas valorase tanto su propia “tenacidad” (sic) y que hablase de “ejército” (sic, de nuevo) para referirse a los militantes que habían hecho junto a él la travesía del tripartito.

Más adelante, la prosa poética de Artur Mas se hizo pródiga en metáforas náuticas y ya sabemos que, aunque hayan disminuido en los últimos meses, estamos en un viaje arriesgado que exige todo aquello que se veía en la foto grabado en el timón: “Cap fred, cor calent, puny ferm, peus a terra”. Pese a la leve incoherenc­ia de citar la tierra en un timón de barco, el sentido se comprende plenamente y es muy difícil no compartirl­o y hasta aconsejarl­o de nuevo. Pero puestos a buscar comparacio­nes náuticas a nuestro momento político actual, se me ocurre que hay una inevitable: el patín catalán. El patín catalán (o patín a vela) es una embarcació­n de vela ligera, un catamarán de más de cinco metros de eslora en su versión canónica y que tiene una caracterís­tica que lo hace único y es que, sin orza ni timón, se gobierna solamente con el peso del tripulante y la tensión de la vela.

Lo habrán visto ustedes varado en nuestras playas, sin duda. Y todo el que se haya acercado a la práctica de la vela ligera es casi seguro que en algún momento ha disfrutado y tal vez temido el gobierno de este patín que puede llegar a ser velocísimo y que el experto sabe escorar sin volcar. Su manejo, permítanme que se lo confiese, no es nada fácil, exige ir pendiente de la escota y la driza todo el tiempo y acomodando el peso del propio cuerpo para conseguir un equilibrio siempre cambiante y siempre inestable. Baste decir que no hay forma de detener completame­nte su marcha salvo vararlo en la arena. El patín a vela, que más tarde empezó a ser llamado patín catalán, nació en la costa barcelones­a. De hecho, se disputan su paterni- dad el Club Natació Barcelona y el Club Natació Badalona. Y la versión más extendida señala que empezaron a usarse unos catamarane­s con remos de doble pala para que los bañistas de los años veinte del pasado siglo pudiesen alejarse fácilmente de la costa. Los de Badalona afirman que todo esto lo originó la llegada de una exótica canoa polinesia a los Baños Titus y que allí causó sensación su diseño y maniobrabi­lidad.

Podría ser. Igual que podría ser cierta la leyenda de que un tal Gassols le puso un mástil precario y una vela hacia 1925 para llegar a tiempo a los arroces de la señora Gassols, que estaba harta de que la afición por los baños de mar de su marido le arruinase el punto al arroz. La leyenda, al fin, le atribuye la idea de la vela a la señora…

En 1931, Manuel Carrasco i Formiguera (el político que ahora invocan todos los desunidos de Unió y que tuvo tan triste final) y su compañero Sixte Cambra salieron de Barcelona en patín a vela a las ocho de la mañana para llegar a las cinco de la tarde a Sant Pol de Mar. Por el camino perdieron el pollo a l’ast que llevaban de almuerzo, porque ya hemos dicho que gobernar este catamarán no es fácil. Pero sirva esta aventura para probar que en los años treinta el patín catalán era una realidad y algo más que una moda. Y de hecho se construían de varios tipos similares en lo básico, hasta que entre 1941 y 1943, con varias regatas de por medio, los hermanos badalonese­s Lluís y Emili Mongé acabaron imponiendo un modelo que es el precursor directo del actual y que fue aceptado por la Federación Española de Vela y luego se fue populariza­ndo para llegar a la costa levantina y andaluza y el sur de Francia y hasta Holanda. Un éxito del ingenio y tal vez la temeridad catalana, que es muy divertido de navegar si el viento sopla (pero no demasiado) y se es ágil y ducho en situar el propio peso a favor de nuestras intencione­s.

Puestos a decir lo mejor del patín catalán, es que corre que se las pela. Lo malo es cuando vuelca, obviamente, aunque haya quien lo enderece en un santiamén. Y lo peor es que la falta de timón impide todo “golpe de timón”, por volver a aquella expresión que el president Tarradella­s usó por primera vez en Morella en junio de 1979. Ahora no hay golpe de timón posible. Al menos no desde la bancada de nuestro patín volador. Ni un Tarradella­s a la vista. Por cierto que en enero de 1981, un Tarradella­s que ya no era president resumía la situación en una entrevista con Francisco Mora para Diario 16 diciendo que “hemos corrido demasiado”. Como el patín a vela.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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