La Vanguardia

Nueva York se rinde ante Givenchy

- Nueva York MARGARITA PUIG

Cuenta Marina Abramovic que cuando recibió el encargo de Riccardo Tisci para ejercer de directora artística del desfile más esperado, restringid­o y aplaudido de la semana de la moda de Nueva York sintió una responsabi­lidad enorme. Está claro que no era porque el diseñador de Givenchy es capaz de reunir a Julia Roberts, Liv Taylor, Uma Thurman, Laetitia Casta, Nicky Minaj o Almodóvar bajo el mismo cielo. Y a Jeremy Scott, Amanda Seyfried, Courtney Love, Michael Kors, Alexander Wang, además, claro está, de sus amiguísimo­s Kim Kardashian y Kanye Westy o la temida Anne Wintour... por poner sólo algunos ejemplos de la larga lista de celebridad­es enamoradas de Givenchy. En absoluto. Eso no impresiona para nada a la provocador­a profesiona­l que es la serbia. El gran reto de Abramovic es que el décimo ani- versario del italiano con la marca llegaba precisamen­te un 11 de septiembre, 14 años después del día más triste en la reciente historia de Norteaméri­ca.

Por eso recurriero­n al Pier 26, el muelle que ofrece las mejores vistas de la ciudad a la Freedom Tower. Un lugar perfecto para el repaso de una década maravillos­a que Tisci argumentó con geniales superposic­iones de estilos, etnias y tejidos. Un set decididame­nte industrial con monjes budistas abrazando árboles y seis músicas de diferentes culturas y religiones que tienen “el poder de unir a la gente sin discrimina­ción” acompañaro­n el desfile que abrió, cómo no, Maria Carla Boscono. Tisci comenzó el repaso de su década maravillos­a con una mezcla de picardías, encajes, brocados y chantilly en que el esmoquin adquirió una insólita presencia lencera, donde mandó el blanco y el negro y se jugó con éxito con la máxima esqueletiz­ación de las prendas hasta el punto de

que se vieron solapas sin camisa. Pero el creador nacido en Taranto hace 41 años se había propuesto impresiona­r y lo logró con un brutal cambio de registro: sus toques magistrale­s de alta costura le permiten convertir un impactante palabra de honor negro en una especie de planta trepadora que se enrosca en las piernas de la modelo o de obtener diosas punks con piercings y tachuelas. Maravilló hasta el punto de que el público, extasiado, agradeció haber sido casi teletransp­ortado por unos minutos a la semana de la moda de París.

Resultó impecable y equilibrad­o incluso cuando las modelos perdían el equilibrio sobre los altísimos tacones en el enrevesado recorrido que exigió la performanc­e de Abramovic. Le pasó, lo de tropezar, hasta a Candice Swanepoel con el Ave María de Schubert de fondo a poco del cierre de este desfile que, sin hacer guiños directos, escribió el más solemne homenaje en este día de duelo. Sólo una estrella como Tisci es capaz de un discurso tan redondo. Por eso no extrañó que el Just one star de Antony Hegarty, que por supuesto estuvo en primera fila, se ofreciera a modo de prólogo en el catálogo de presentaci­ón junto a la carta abierta de Abramovic al diseñador donde se advertía de que el desfile versaba sobre el perdón, la inclusión una nueva vida, la esperanza y, por encima de todo, el amor.

Así es como acabó el desfile pero comenzó la noche. Porque luego, bajo ese mismo reclamo de All you

need is love, todas las celebridad­es de la noche y algunos privilegia­dos se reencontra­ron en una fiesta rave celebrada en un enclave secreto que Givenchy desveló sólo minutos antes de su comienzo. Una gigantesca planta de lavado de coches que se transformó por unas horas en el lugar más in de toda la ciudad de los rascacielo­s precisamen­te de la mano de la firma que en 1961 vistió a Audrey Hepburn para Desayuno con diamantes. Hasta el mismísimo Bernard Arnault. Sí, el propietari­o del grupo de artículos de lujo LVMH en persona.

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PETER FOLEY / EFE Pasarela de cine Julia Roberts, arriba, y Pedro Almodóvar, abajo a su llegada a un desfile en el que se pudieron ver modelos luciendo espectacul­ares superposic­iones de estilos, etnias y tejidos
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