La Vanguardia

El nieto de la Católica

- Víctor-M. Amela @victoramel­a

MÁS HISTORIA. Después de la abuela, el nieto. Después de Isabel, llega Carlos, rey emperador (La 1, lunes noche). La nueva serie sigue la estela de su predecesor­a en estilo, estética y propósitos. Con una detallada narración de la relación entre los personajes históricos, quiere que el telespecta­dor asista por una mirilla a lo que sucedió hace quinientos años en las Cortes de Castilla y Aragón (y ahora también en la de Francia, Flandes, Alemania, ¡y en las Indias!). Y lo logra. Escenifica con rigor casi documental los libros de historia. Podemos reprocharl­e a Carlos, como antes a Isabel, un exceso de diálogos palaciegos, de disertacio­nes diplomátic­as y escasa acción en las tramas, que podría solventar a costa de personajes ficticios: no es la opción de Carlos, que apuesta con rigor por la fidelidad a los hechos y personajes históricos. Es una apuesta valiente, arriesgada y ardua. Me sorprende que el telespecta­dor medio tenga la paciencia de asistir a esos densos pleitos de familia sin desfallece­r: creo que el carisma de la reina católica le mantuvo ante la pantalla, y ahora veremos si Carlos conserva el carisma de su abuela. Me gustará verle comer barriles de anchoas podridas en su vejez, regados con toneles de cerveza flamenca, y verle gritar de dolor por la gota, pero eso ya será en Yuste, al final. Sí he detectado una concesión a la ficción: sabemos que el joven heredero Carlos apenas hablaba castellano cuando llegó desde su Gante natal para tomar posesión de las Coronas de Castilla y Aragón (sabemos que los nobles castellano­s le hicieron jurar que aprendería a hablar su lengua), pero en la serie le oigo hablar un perfecto castellano desde que desembarca. El caso es que la historia está gustando en televisión, tratada con algunos guiños (véase El ministerio del tiempo), o con un mínimo encanto, como es el caso: personalme­nte, he agradecido –en el primer capítulo de Carlos– la fugaz aparición de un anciano Leonardo de Vinci en la corte de Francisco I, rey de Francia, fabricando sus locos inventos, y espero en próximos capítulos verle dar las últimas pinceladas a La Gioconda antes de vendérsela al rey Francisco. También he agradecido la presencia del ambicioso Hernán Cortés en Cuba, y espero verle navegar hacia el Yucatán, engañar y conquistar a los indios y quemar sus propias naves (en verdad las barrenó y volcó) para que sus hombres no desertaran. La trama de Hernán Cortés aportará a Carlos los soplos de acción que faltan en los pasillos cortesanos. Se sospecha que Cortés pudo asesinar a su primera y estéril esposa, Catalina, y también quiero ver si la serie decide cargarle con la muerta o exculpar al conquistad­or extremeño, y perdón por este spoiler de quinientos años.

POLICÍAS RAROS. Otro estreno de la semana ha sido Olmos y Robles (La 1, martes noche), una serie a) de policías, b) rural, c) en clave de comedia: demasiados propósitos para no obtener un paquete un poco deforme, al margen de las escasas dotes interpreta­tivas de Rubén Cortada (el policía serio), que apenas queda compensada por su apostura física. Eso sí, me gusta de esta serie la calidad con que fotografía los paisajes riojanos de Ezcaray y alrededore­s, una preciosida­d de exteriores. Pepe Viyuela (el policía bobo) hace lo que puede para imprimir comicidad a una pareja imposible, por mucho que el circo la haya consagrado en la pareja de Augusto y Carablanca.

Me ha gustado ver a Leonardo da Vinci y Hernán Cortés en el primer capítulo de ‘Carlos, rey emperador’

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